martes, 25 de agosto de 2009

Algo de Historia del arte especulativa

El Momento
(por Ariel von Kleist)


“En este mismo instante necesito conocer una historia”. “El saber otorga poder”, dijo el teórico de la Ciencia inglés, Francis Bacon. Y, en este mismo momento, deseo ardientemente conocer la historia que desembocó en “ La extraña muerte del pintor Francesco Francia, conocidísimo en su época y el primero de la escuela Lombarda”. No ya como la relató un romántico alemán (Wilhelm Heinrich Wackenroder), de cuya pluma salieron relatos muy destacados; sino,
olvidando en la medida de lo posible, el influjo del poder del arte, y, desentrañando el trasunto histórico en torno a su figura.
Los alemanes piensan de una manera. Los italianos de otra. Y de los franceses, ni hablar. Pero yo no soy ni alemán, ni italiano, ni francés. Tengo una formación muy especial. Y ansío sacar a la luz esta historia trágica, desenterrándola de entre la maleza de las calumnias.

*****

Se rumoreaba que Francesco era homosexual. No tenía esposa ni hijos. Ocupaba su tiempo tomando bocetos de jóvenes adolescentes, varones en su mayoría. Pensaba que, en la historia de la pintura, era demasiado exuberante el hecho de retratar hermosas mujeres, como hacían todos. Él quería representar otra cosa. Volver a la época dorada de la antigua Grecia, “El siglo de Pericles”; pero enfocando la mirada en los Kuroi, los bellos atletas de los juegos olímpicos. Tenía unos pocos alumnos, también muchachos jóvenes; a quienes educaba en el ejercicio de las artes liberales, manteniendo largas conversacio- nes que rondaban sobre el tema de la filosofía de la pintura. Luego los dejaba en el taller, y se despreocupaba del trabajo que cada alumno hacía en el lienzo. Miraba detenidamente algunos trabajos, pero sugería exiguas correcciones. Se encerraba en sí mismo a la hora de pintar. Pero sus viejos ojos estaban comidos por la fijación intensa de la vista. Y la factura de su obra era muy pobre, a causa de su desgaste físico y mental. El hombre declina cuando es visitado por la vejez.
Un buen día, causa de falsas acusaciones, fue llevado ante un tribunal inquisitorial. Pero no se pudo comprobar fehacientemente su aparente sodomía. Y, después de mandarlo azotar por si acaso, le dejaron ir, y se archivó el caso.

*****

En su juventud había formado una escuela de vida ascética y dedicada por entero a las bellas artes. Tenía a la vista de todos, la obra de Overbeck: “El triunfo de la Religión sobre las artes”. La Madona sobre un frontispicio, sosteniendo al Niño, y, debajo, dos grupos de artistas calculando las tan famosas perspectivas, que se pretendían resaltar en aquella época convulsionada. La historia del Arte los denominó “Pre- Rafaelistas”, aunque en su aparente humildad, no se auto proclamaban con un nombre en especial. Esas cosas son de las primeras Vanguardias del siglo XX, en donde aparecen primero, los manifiestos, y, más tarde, los teóricos del arte. Era otra época. Y el maestro enseñaba su Doctrina por sobre cualquier mancha de especulación racionalista. El producto de la recaudación de los cuadros que se vendían, iban a parar a las manos de un sacerdote Dominico, como estipendio de las indulgencias conseguidas. Pero con el tiempo se volcó al renacer de las artes y de las ciencias, apostatando de su creencia primigenia; y su quehacer pictórico devino en un estilo más libre, pero conservando la forma. Era mayor la fama que tenía, que el dinero que pudiese manejar, porque decía que: “Es necesario vender barato a una gran cantidad de clientes que aprecien nuestro estilo, que codearse con algún príncipe de la corte y tener un porvenir asegurado”.

****


Una hermosa mañana de Boloña, un niño vino corriendo al atelier. Gritaba a voz en cuello: “¡Maestro, maestro, venga a conocer al Divino Rafael!”. Francesco tosió. Dejó el libro miniado, que no estaba leyendo, a un lado, y le cruzó la cara de una bofetada. Obviamente, había oído hablar de Rafael Sancio. Que pintaba como si la mano de Dios le guiara. En ese momento de su vida, tenía muchos burgueses que le habían encomendado retratos. Era por eso que aplazaba su viaje a Roma, para saber qué cosas estaban ocurriendo allí en relación a las artes. El hecho que Rafael viajara a Lombardía le facilitaba las cosas. Tal vez podría conocerlo personalmente. Lo pensó todo un día y toda una noche. Al alborada, decidió buscar entre sus telas, algo potable, como para mostrarle al célebre pintor. Escogió una Madona con el Niño. La enrolló y se la puso bajo el brazo. Y caminó, sin detenerse por nada del mundo, hasta el altar de la corte. Tuvo que atravesar pueblecitos, bosques y ríos. El rigor del frío y el cansancio no parecían afectarle en nada. Tenía sumo cuidado de no estropear su obra debido a las incomodidades de aquél viaje peregrino.
Cuando llegó a destino le reconocieron en seguida. Pero le comunicaron que Rafael ya había dejado la ciudad. Francesco se reclinó sobre su dolor. El Archiduque le tomó del brazo y le dijo: “Maestro, le invitamos a entrar a la capilla de la corte, pues sepa usted que el Divino Rafael ha dejado una pintura suya en el baptisterio”. El viejo pintor se recompuso ante estas palabras: “Queremos conocer una opinión suya, más autorizada que la mía. Yo no entiendo mucho de pintura”, le aseguró el noble.
Francesco Francia se sintió feliz. Pensó: “al menos podré ver el producto de su juvenil mano”. Recobró fuerzas. Hacía ya dos días que no comía ni bebía nada. Lo condujeron hacia el refectorio. Un criado le dio una hogaza de pan y agua fresca. Comió con hambre y bebió con sed, que no son redundancias. Pero seguía oprimiendo contra su pecho la pintura que, ahora con las inclemencias del tiempo y el agitado viaje, se había agrietado por completo. La transpiración había hecho que la parte central se decolorase.




****

La luz del sol de la mañana se filtraba por los vitraux de la capilla, y se descomponía en tonos de azul y verde, con algo de rojo. El altar de la corte era descomunalmente grande. El capellán le dijo a Francesco que la pintura estaba cubierta con un velo, hasta la llegada del Cardenal, quien la bendeciría e incensaría, en presencia del Príncipe y sus dignatarios. El viejo se acercó al lugar. El baptisterio estaba iluminado con una gran cantidad de velitas de cera blanca. Le acercaron una antorcha para aumentar la luz, y le descubrieron el velo. Allí estaba. Una Madona con el Niño, radiante como un sol esplendente. Francia se conturbó con esa visión celestial: “Nunca había visto nada igual”. Dio un paso para atrás y se cayó sentado al piso. Le ayudaron a levantarse. “¿Qué dice Maestro? ¿Cuál es su opinión?”, le preguntó el Archiduque. Pero él no respondió nada. Salió corriendo y se recostó en la nieve. Su pobre pintura, al lado de la del divino Rafael, se terminó de arruinar. Hubo consternación por todos lados.

*****


Francesco caminaba sin rumbo fijo. Pasó por un lugar donde había fuego para calentarse. Era la hoguera que estaba quemando viva a una mujer acusada de brujería. Pero no se dio cuenta. Arrojó la pintura a las llamas. Volvió a su casa extenuado de cansancio. Tenía fiebre, una fiebre propia del ardor de contemplar la más maravillosa opera prima. Sus alumnos le condujeron hasta su cama. No quería hablar. No quería comer nada. Se abandonó en sí mismo. Así estuvo durante una semana, hasta que finalmente, murió. Lo sepultaron en la fosa común.








*****



Luego de la muerte del famoso pintor Francesco Francia, se cerró el taller, y sus obras fueron vendidas por monedas, para cubrir las deudas impagas. Los alumnos se fueron con otros maestros, que les enseñaron las técnicas de la perspectiva. Rafael siguió pintando y siendo aclamado por todas partes de Italia y otros países de Europa. Se enteró de la muerte del viejo pintor, pero no de los acontecimien- tos que devinieron en su oscuro tránsito a la morada de los muertos. Y dijo a todos que: “Seguramente el Maestro estará contemplando a la Madona cara a cara, y ya no necesitará de pinturas ni de imágenes imaginadas”.
Ahora conozco la historia cruel. El maestro ha sido fiel. Fiel a sus principios y a la enseñanza que pretendió divulgar entre los suyos. La historia celebra al Divino Rafael. Pero considero que un solo artista no hace historia. Y la historia de Francesco Francia merece la consideración que en su momento no se le dio, no se le otorgó. Tal vez porque en el fondo, el Maestri se traicionó a sí mismo en su fuero interno.


Dado en Florida Este, el 30 de junio de 2009.
Fiesta de los Primeros Mártires de la Iglesia de Roma.
El modelo vivo

Por Ariel von Kleist


a)
“Serafín, el más irrepetible de los mozos del bar bohemio, necesitó veinte años de argumentos para convencer a todos de que” su relación con el pintor era sólo profesional. El artista tiene una especial inclinación a contemplar la belleza de las personas. Y no hace diferencia de sexos. Además, se sentía hastiado de representar en sus telas la belleza femenina. Muchos lo han logrado con éxito. Pero él, Francesco, fue visitado por un “Muso”, que le reveló el encanto juvenil de Serafín. Se le acercó sin temor y sin vueltas. Lo invitó a tomar una copa de vino blanco seco. Entonces le propuso que sea su modelo.
Serafín necesitó más de veinte minutos de argumentos para tratar de convencer al maestro de que él no era el más irrepetible de los mozos del bar bohemio. Había otros muchachos. Pero el hombre, ya entrado en años, lo escuchó con paciencia. Luego levantó la mano y lo hizo callar. Le explicó con brevedad y concisión, que con el tiempo, Serafín podría modelar como un modelo profesional. Le recalcó que tenía que vencer sus prejuicios y le propuso que comenzara modelando vestido.


****

b)
El tiempo hizo lo suyo, y la carrera de Francesco fue muy ascendente. Recibió muchos encargos que le permitieron dar una buena paga a Serafín por los servicios prestados. Cuando terminaban la sesión en el atelier, iban a comer al club, cada vez más tarde.
Como las cosas se suceden en forma concatenada, surgió un interés de parte de los socios vitalicios del club bohemio, para que el maestro exponga algunos de sus trabajos. Francesco se tomó unos días. Tuvo que seleccionar las obras solo, porque en este caso, no había intervención de ningún curador. No dudó en presentar los mejores desnudos de Serafín, pero no le dijo nada.
En la inauguración las opiniones fueron muy repartidas. Y Serafín estaba muy serio, casi diría que se puso pálido. Se retiró antes del brindis, acosado por las preguntas tontas de si él era efectivamente el modelo.


c)
No dejó de frecuentar el club. Esos veinte minutos de argumentos inocentes se transformaron en veinte años de vergüenza. Luego de tantos años, su belleza se marchitó, como es natural. Ya no importaba el maestro que lo había inmortalizado. Había muerto hace mucho. Importaba clamar por una verdad, que nunca fue creída.

Dado en Florida Este, el jueves 13 de agosto de 2009.


Dedicado a mis profesores, Héctor Leni, de quien aprendí la filosofía del arte; y
Germán Caporale, de quien aprendí técnica y rigor crítico.

domingo, 28 de junio de 2009

Magia Negra


El Conjuro

por Ariel van Ruysbroeck

(refundición del 16 de mayo de 2009)
(corrección de estilo del 28 de junio de 2009)


“De pronto escucha pasos sigilosos que se aproximan. Una sombra se agiganta en el espejo frente a sus ojos. Una mano se tiende hacia ella. El horror la paraliza”. La mano chasquea los dedos y una llama de fuego se enciende sobre la palma de la sombra.
“Has llamado a la reina de las tinieblas”, dice con voz gruesa.
“¡Oh Êvelin!”
“¿Qué se te ofrece? ¿Por qué me has invocado, Porcia?”
“¿Cómo sabe mi nombre?”
“¡Yo lo sé todo!” Y ríe con estridencia. “Y yo sé también lo que quieres”.

Êvelin era una bruja maligna. Había sido parida en una noche de terror. Su rostro era pálido como el de un fantasma, pero tenía una belleza seductora. Vestía una toga morada y tenía el cabello recogido.
Porcia la mira a través del espejo y no se anima a enfrentarla cara a cara.
“¡No tengo toda la noche!” dice imperativamente ,“pídeme tu deseo y yo te complaceré”.
“Quiero que...” se le quiebra la voz ,“quiero que te lleves a mi hijo a tu castillo en los Cárpatos. Unos sicarios del rey pretenden matarlo, porque tiene la marca del sello en su mano derecha. Por favor... tan sólo hasta que muera el rey”.
“¡Ah me lo figuraba! ¿Y qué se supone que deba yo hacer con el pequeño?”

“Enséñale tus artes mágicas”. Porcia toma coraje inusitado y se da vuelta a mirarla de frente. “Pero si llego a enterarme que a la criatura le tocas un solo pelo, te juro, como que me llamo Porcia, que te buscaré hasta el mismísimo fin del mundo, y te arrancaré los ojos con mis propias manos”.
“Muy romántico”, le contesta con tono irónico.“¡Hágase!”, y pronuncia las palabras mágicas: “Sikala kala... kala, skú”.
Se abre un vórtice en la pared del fondo, bajo un retrato del rey, vestido de militar sobre un corcel negro. La reina Êvelin va hacia la cuna, decidida. Toma al bebé en sus brazos y dice: “Hermoso niño. Tiene los ojos de su padre”.
Y con voz más gutural “Yo, la reina Êvelin te concedo tu deseo. Pero a cambio te quedarás muda para siempre: Ajh mabajh talajh skú”.
Porcia comienza a toser. Y se lleva ambas manos a la garganta. Se revuelca por el suelo, mientras que la bruja se retira por el boquete arremolinado del muro. No puede pronunciar palabra alguna.
La pared se reconstruye sola. Un rayo surca el cielo cargado de nubes. Comienza a llover en esa noche fatigosa. Y el espejo se parte en mil pedazos.

FIN

Dado en Florida Este, el 3 de mayo de 2009.


Nota: a este texto le faltaría el comienzo. Pero no obstante, debe caer en el más absoluto olvido. Le dejo al lector el beneficio de la duda.

viernes, 26 de junio de 2009

Estación Terminal

( por Ariel Kierkegaard)


“Zulema corría por los andenes de la Estación, sin notar que el tren ya había partido”. El Tren Bala se fue y Zulema no podía encontrar al amado de su alma. El viaje inaugural era de ida y vuelta. Por lo que a la salida de una formación le sucedía la llegada de otra. La Estación Terminal era un edificio de cristal, un edificio inteligente. Era amplia e iluminada por el sol que se filtraba a través de ventanas de vitraux estilo abstracto. Los colores se multiplicaban en la proyección del sol de mediodía. Predominaba el ámbar, el azul celeste y el amarillo.
El amado, que su corazón anhelaba, le había prometido que: “Aun- que la curiosidad atrayente de ese evento provocase un conglomerado de gente, igual iré a verte”. Zulema corría y se topaba con personas vestidas de fiesta. No oía nada. Era tal el tumulto, que no oía. Mas bien quería, deseaba verlo a él.
Una mano se posó sobre su hombro que la detuvo.
“Señora, ¿se encuentra bien?”
Zulema volvió a la realidad. Quería, necesitaba recobrar la calma.
“¿Quién es usted?” le preguntó.
“Soy del personal de seguridad del Tren Bala. ¿Busca a alguien en particular?”
“¿Cómo sabe eso?” respondió azorada.
“No es que lo sepa”, le sonrió el hombre, “el personal de La Estación Terminal del Tren Bala está preparado por cualquier contingencia... le noto muy nerviosa. ¿No quisiera pasar a la Sala de Espera para Señoras?”
“Por favor” y Zulema se fue tranquilizando.
“Es por aquí” le indicó el guarda. Y también, guiándose por los letreros en las pantallas de plasma, fue conducida al Lobby del Tren Bala.
La gente se aprestaba a tomar el próximo tren. Ya que ese día era el inaugural, y la facilidad de las velocidades lo permitían, la sincronía de los horarios admitía salidas menos espaciadas. Se sentó en un cómodo sillón de felpa rozado. Pensó: “Ricardo, ¿porqué me dejaste?” y una furtiva lágrima surcó su pómulo izquierdo.
De pronto se escuchó por el altoparlante: “Sra. Swartz, presentarse el boletería, repito; Sra. Swartz, presentarse en boletería”. Se sobresaltó. No esperaba que la nombrasen de esa manera. Y se inquietó como antes: “¡Es él, ha venido!”. Corrió hacia la boletería. Las cabinas eran herméticas. De vidrio blindado. Se sacaban los pasajes por una ranura, y se hablaba con los boleteros, a través de micrófonos incorporados bajo un pequeño ojo de buey. Uno de ellos le dijo con una voz ya deformada por la tecnología: “Sra. Swartz, pase por la puerta que está a su derecha, por favor”. Se abrió una puerta automática metalizada. Entró y vio un pequeño mostrador. Una secretaria que tecleaba una computadora le dijo: “¿Es usted Zulema Swartz?” “Así es”. Y la empleada, prolijamente uniformada de blanco, le extendió un paquete. “Hay una encomienda a su nombre”.
El siguiente Tren Bala partió velozmente. La secretaria le dijo: “Firme aquí por favor”, y le extendió un formulario. Zulema estaba tan confundida, que garabateó un gancho que nada tenía que ver con su verdadera firma. Tomó en sus manos una caja envuelta en papel ilustración con el logotipo del Tren Bala, un fabuloso tren aerodinámico en perspectiva, que parecía un misil en pleno vuelo. La abrió. Le temblaban las manos. Dentro encontró una rosa roja y una tarjetita que decía:

Mi amada:

como no pude llegar a tiempo,
te envío una flor.
Así se reunirán la rosa con La Rosa,

Ricardo.

Y Zulema lloró. Pero esta vez de alegría.

Dado en Florida Este, el 23 de junio de 2009, vísperas de
La noche de San Juan Bautista.

sábado, 20 de junio de 2009

El Psicótico



El psicótico

Por Ariel von Kleist




... el neurótico obsesivo tiene miedo
de lo que él podría llegar a hacer.
(Viktor E. Frankl)


“Cómo puedo estar diciendo esto cuando estoy” en el cuarto de contención de la clínica psiquiátrica.
“¡Yo soy inteligente!”, exclamé en el consultorio. Y a los gritos: “¡No me falta seso!”. La doctora gritaba: “¿¡Podés parar Ariel!?” , mientras que la enfermera preparaba una inyectable.
Cuando me sujetaron entre cuatro me dijeron: “vení chiquito que esto no te va a doler nada”. Y sentí que me clavaban la aguja, que parecía que me la enchufaban hasta el hueso. Apreté los dientes. Me sentaron a los empujones a una silla y me ataron con correas. Comencé a marearme. “A ver el cárdex de este muchacho”. Y le dieron una hoja del fichero. “Le vamos a hacer un ajuste del halopidol y lo mandamos al spá”, dijo la doctora con la calma ya recuperada. “Hay que avisarle a la familia que le lleven ropa, y que vengan a firmar los papeles de la internación”.
“¡No!”, grité, y me abalancé sobre la psiquiatra con silla y todo. Me caí al suelo. Y después tengo recuerdos borrosos. “A ver Silvia si sos valiente y lo levantás del piso...” fue lo último que escuché. Me dormí como un elefante. Cuando desperté sentía el sonido de una sirena y mucho mareo.
Me bajaron en una camilla y me recostaron en el Office de enfermería. Un hombre de guardapolvo blanco, que tenía una serie de papeles en la mano, y los hojeaba, dijo: “mejor sáquenle las cuerdas”. Se acercó hacia mí. Las enfermeras se retiraron. Me miró, me sonrió y me preguntó: “¿Cuál es su nombre?” Y se quedó esperando una respuesta que nunca llegó. “¿Qué pasó amigo?”, dijo más conciliador. Pero hubo un silencio más prolongado. “¿No vas a hablar? ¿Te tengo que decir como a los chicos, si te comieron la lengua los ratones? Con un terrible dolor de cabeza me incorporé y le quité la lapicera de la mano. Se la clavé en la pierna, que fue el único lugar donde pude asestar el golpe, porque me volví a caer. “¡Susana, Leticia!” pegó un alarido el médico. Entraron varias personas de ambo verde, pero ya no veía nada por el dolor y el mareo. “¡Llévenlo arriba y átenlo bien fuerte!... esta fue la admisión más breve de toda mi carrera”, dijo, mientras de un tirón se quitó la punta de la lapicera. Me forzaron a atravesar pasillos y escaleras, donde pesadas rejas se cerraron tras de mí.
Pasé toda una noche lluviosa. A las seis de la mañana, me bañaron y me dieron un pan con mate cosido. “Te ganaste el premio mayor”, me dijo el enfermero de turno, y me aplicó otro inyectable. Sentí como si se me soltara la lengua.
“No sé por qué estoy acá”, hice una pausa. “Lo único es que me pelié con mi mujer y la revolié una tijera”. Respiré. “Y no sólo eso. Agarré la plancha, y se la chanté en la cara, y le dije: ¡andá a planchar mondongo!”. Y el enfermero me miró sin decir nada. Entonces volví a decir: “Si soy inteligente... ¿cómo puedo estar diciendo esto?”


FIN



Dedicado a la Dra. Alicia Pino,
en Martínez, el 11 de junio de 2009.

martes, 12 de mayo de 2009

El Sueño de Uriel

El Sueño de Uriel Maeterlinkt

(cuarto ejemplar del 9 de mayo de 2009)

por Ariel von Kleist



“Cansado estoy de mi gemido,
baño en llanto cada noche mi lecho,
mi cama con lágrimas disuelvo.”
( Psalm. 6,7 )



A)

Mi vida onírica ha ido tomando forma. Fue plasmándose una cosmovisión. Se ha incorporado a mi ser, a tal punto que puedo visualizar a partir de ella misma toda clase de imágenes. Pero en este momento, en el que me perderé en el abismo sin fondo de una noche de sueño, como pregustando la muerte, estoy ante mi obra “El Christo Blanco”. En contraste sobre mis trabajos con el “Cristo Negro”, veo el negativo; tal como veía Frodo, “El Señor de los Anillos” a los jinetes negros que venían tras el anillo. Veía horribles fantasmas blancos, aclarados por la fuerza del anillo de poder.
Cómo no poder traer a la memoria aquel pensamiento del filósofo francés y tomista Jacques Maritain, que acusaba a Descartes de dedicarle pocas horas diarias a la metafísica. En nuestros días, la filosofía ha tenido que ceñirse de un metalenguaje para poder ser comunicable. Pero la ruptura más fuerte se está dando con la obra de José Pablo Feinmann, que llama “La filosofía y el barro de la historia” a una serie de clases que comienzan donde todos señalan el inicio de la modernidad. Sí, al filósofo cartesiano, y, a analizar la importancia y las implicancias de su descubrimiento elucubrado de manera oscura, dando por descartadas las realidades más evidentes, y quedándose con una idea que lo lleva al encierro del yo, del “yo pienso”.

Para seguir en la línea argentina, Agustín T. de la Riega, muestra con una facilidad inusitada que en cada una de mis actividades que realizo, en el quiero, en el amo, en el deseo, en cada cosa, por más nimia que sea, se me hace patente que soy, y que soy en relación a un mundo que me circunda. José Ortega y Gaset establece que es en el “darse cuenta”, o sea en la actividad de filosofar, en ese acto supremo cuando el simple hecho de existir es filosofía; pero además la existencia con la misma relación al mundo que se me presenta con su realidad, es la vida, y que el pensar es entonces Razón vital.
Pero, en “mi mundo privado”, detrás de la puerta de mi habitación, se hace patente ante los ojos un sueño suave y sereno. No es de color rozado, pues en su preparación hay previamente una indicación médica de psicofármacos, que regulan algo que los psiquiatras llaman “neuro-
transmisores”. Surge así un delicado equilibrio, que induce a sumer-
girme en las edulcoradas aguas de la vigilia de la noche, donde no hay un color en especial. Todos son tonos de grises cromáticos. Unas pinceladas de ocre oscuro dan las notas de Piotr Ilich Tchaicovsky. Su Sinfonía N° 6 en si menor, opus 74 “Patética”. Le sigue luego una sonata para piano de Ludvig van Beethoven. Un concertista europeo lo plasmó en el registro, mediante un lustroso Stanwey & Sons. Los teóricos de la música suelen aplicar un determinado color o matiz (Matisse) a las piezas musicales, donde “ha alcanzado un punto (por ejemplo, en la sonata antes del signo de repetición, o mejor aún en el scherzo antes del trío)”(1). La terminología técnica es un recurso ante lo formalmente establecido. Y es muy explotada sobre todo en filosofía.




(1) Arnold Schoemberg, Tratado de la armonía (1911)






B)

Una muerte nevada, donde prima la textura. Donde el blanco del cartón ayuda a ver más blanca la pintura, al estilo de Tàpies, donde la síntesis de lo que se narra está reemplazada en la textura, en la técnica de cómo se lo narra. Tiene tesis pero no síntesis.
Si supiese el idioma alemán a la perfección, no podría comprender “Ser y Tiempo” de Martín Heidegger. Es loable el esfuerzo de su gran comentador y traductor al español, José Gaos, quien prefirió escribir todo un libro aparte para introducir Sein un Seit. Esta idea no es nueva y, los autores elegidos como ejemplo no lo fueron a la sazón de regodearme, en el caso de haber tenido que realizar un esfuerzo intelectualista. El mismo Heidegger va a decir que no todos los jóvenes alemanes entienden la “Crítica de la razón pura” del pensador prusiano Immanuel Kant. Sus “sistematizaciones atrevidas” (Johannes Hischberger) han establecido un imperialismo ideológico más peligroso que el dominio político, según lo manifestase así más tarde el filósofo francés Jacques Maritain.


****


En la profundidad del sueño se engendra una pesadilla propia de una noche de alucinación. Y un disparador me impulsa a salir de ese sueño compulsivamente, cual si bebiera de un solo sorbo la golosina de una taza de café tibio. Esta golosina era la preferida de Alejandra Pizarnick.
Recuerdo de los recuerdos. Me acordé de que me olvidé... ya es un paso. Digo- que recuerdo haber estado en Moulin Rouge tomando el famoso caffé y, hojeando una revista dedicada a la diosa frivolidad. Y en un artículo corto sobre escritores- si fuese largo no se leería- mencionaba a uno, cuyo nombre se me ha escapado, que “deshacía las palabras para ver de qué estaban hechas”.
Se me ocurre, podría parangonarse al procedimiento opuesto a la dialéctica hegeliana; que, como sintetiza Hans Küng: “si, pero no, pero sí”. Partiendo de la síntesis, la palabra hecha; se la desmiembra y se obtiene la antítesis; y se observa ergo la raíz, la tesis. En otro libro suyo, Küng advierte, como al pasar el peligro que el autor se convierta en un “productor de textos”. Una sospecha para nada irrelevante.


****


El sueño era del siguiente tenor:



Había una vez un hombre que intentaba escribir su libro y, nunca podía llegar al fin y al cabo. Al fin de cuentas, el cabo era de infantería, pero no era un infante como él hubiese querido.



Había una vez un hombre que intentaba forjar a su amigo. Cuando escuchó de boca de aquél, sobre la existencia de algunos escritos sobre su mentor, le pidió que los tirara al fuego. Pero él se negó.




Había una vez dos hombres que conversaban mientras caminaban por la calle. Como la conversación se prolongaba, hacían una cuadra a siniestra y, otra a diestra. Cuando se cansaban y agotaban el tema, se daban la mano y, marchaba cada cual a su casa.



Me encuentro aquí y no puedo salir. Me siento atrapado como un perro enjaulado. Todos me dicen lo que tengo que hacer. Nadie me escucha y, nadie me comprende. ¿Qué puedo hacer? No sé.







“Descansa, ojos ladrones,
porque, ¿abiertos qué harían
si aún cerrados roban?”
(Monteverdi, La Coronación de Poppea
Aria de mezzosoprano)


C)

Mi vida onírica ha ido tomando forma en mi cosmovisión. Se ha incorporado a mi ser, a tal punto que puedo sacar de ella imágenes y aromas cual si estuviese en una “humeante cocina y alegre despensa” (Novalis). El profesor de literatura Rodríguez Galli enseñaba que la literatura, entre otras características, es evasión. En mi sueño tengo la posibilidad de reorganizar mis palabras con una total y peligrosa libertad y evadirme de mi realidad Real.

*

Soy el corazón abrumado de Liebermann.
Soy el corazón sensible y humilde, herido por una lanzada, que llora amargas gotas de sangre. Soy el corazón abatido, cansado, agobiado... tanta fatiga me turba cual una multitud enfebrecida.
“Pues busco debo encontrar” reza el himno del breviario y, sólo encuentro desasosiego.
Veo lo que quiero ver y, oigo lo que quiero oír y, recuerdo lo que quiero recordar.
Soy como una caja de resonancia, una cítara templada.
En mí se enciende un fuego abrasador.
La mirada se pierde en la lontananza. Hay una guerra interna, sin tregua ni cuartel.
El invierno crudo me interna en la densidad y obscuridad de la cruz.
“Soy Jano Bifronte, por un lado río, por el otro lloro”.
Y soy una variedad de monarquianismo, un modalismo.
Un imperialismo ideológico, más peligroso que nunca y que antes... “antes de que se pudiera decir antes”.
Soy una dura piedra de diamante arrancada del pecho y, puesto luego un corazón de carne.
Soy el corazón de un hombre.

****

“Deja que corran las lágrimas,
porque las lágrimas que no se lloran
caen como gotas de veneno
sobre el corazón”.
(Massenete, Aria)



D)

Sueño REM: la madrugada del domingo sorprendió mi sueño con una fantasía alegre. En el sopor, le escribía un e- mail a mi amigo Maesè le Pablê, diciéndole que yo había sido convocado por el Doctor Amilcar Funes, a participar del Proyecto Tándar; un programa de investiga-
ción de mecánica de suelos, para colocar los basamentos de una usina atómica vertical. “El varón de mirada penetrante” ve un edificio no muy alto, color ladrillo, con un ventanal que lo atraviesa en su parte axial, de tonalidad azul verdoso. Una especie de plataforma bombardeaba un arco voltaico de gran intensidad. La ménsula se movía hacia arriba y hacia abajo y, podíase ver cual si fuera un ascensor panorámico, con pocos cables debajo.

****

Excursus: Max Bruch: Sinfonía N° 1 en Mi Bemol Mayor Op. 28. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Director, Kurt Masur.


In the perspectives to the building, estaba Edward Alasdair a las puertas. Estas se abrieron y vieron desfilar la filosofía de José Ortega y Gaset.

My little friend, me tendió la mano y me invitó a entrar. Patios y pasillos, como en el Palacio de Knosos, donde moraba Asterión.





- Había una vez un cuento que comenzaba con las palabras “ Había una vez”- He said.


- Y había muchos magos que entretenían a los niños con las palabras “abracadabra” y “ábrete sésamo”- He continued explain me.




E)

El final de mi recorrido por el edificio, de la mano de Edward, era una habitación con ventanas amplias que miraban al patio interior, como si algo pudiesen ver. A esta clase de cuartos se les denomina con el apodo de “pecera”. Del otro lado había ventanas menores que daban a la calle, como si algo le pudiesen dar a la acera. Dentro, pude ver con el sentido del soporte mental e irracional de lo que un sueño tiene; tres hileras de bancos de colegio y, detrás- en realidad en el perspectivismo, sobre la izquierda dado que la puerta de acceso daba a la derecha- una pared de estantes llena de libros. En el interior, una sola figura sentada, con los hombros y el rostro erguidos. Alasdair se había volatilizado y, Nacha Guevara, blanca como el mármol. Sobre un escritorio, su obra “Sesenta años no es nada”, pero este libro se encontraba cerrado y boca abajo; aunque no podía comer los papeles diseminados en derredor. Delante de sí estaba abierta, aunque no podía entrarse dentro de ella, la investigación “Geometría Sagrada” de Edgard Lawold y, algunas hojas milimetradas tamaño doble carta. En su mano izquierda tenía un compás y estaba tratando de trazar una planimetría...


Warrum?




El sueño me impulsó a entrar en el cubículo. Y, finalmente entré y ella me sonrió. Su boca, pintada con lápiz labial color rojo fauve. Sentándome en otro banco le dirigí la palabra a esa bella mujer: “al final venimos a encontrarnos aquí, en la biblioteca”. Ella esbozó su reflexión: “y así es que volvemos a los libros. Tal vez nos sorprenda la muerte leyendo en la biblioteca o, recostados en nuestro diván con un libro entre las manos. Pero tampoco sabemos si nos va a atropellar un colectivo a la vuelta de la esquina”. Y rió. Rió como el río. El río de la Plata.

****

Ya no pude verla más. Y se lo hice saber. She said: “A mí tampoco me es posible el hecho de verte, pero es conveniente que así suceda, pues hemos entrado en la empatía del color verde”.


Meine Freude!



Cerrados los ojos y, puesto a mirar para adentro, en el patio interior aparecieron dos ancianos. Se batían a duelo con reglas de acrílico a modo de espadas. Ellos, que los pude reconocer a pesar de la borrosidad de sus figuras, eran Fernando Savater y Ernesto Sábato. Luchaban con valentía, vigor, caballerosidad y galantería. En una estocada crucial voló una regla. Entró por una de las ventanas de la pecera y cayó, tirada por los suelos. Me levanté, la tomé en mi mano y, le dije a Savater que se acercó hacia mí: “caballero, esto es suyo”. Y le entregué su sable.



Are you hear me?


****


F)

En la madrugada de las hendijas radiantes que proyectaba el sol, también llamado “Febo”, desperté. Finalmente,
me arrojé de la cama y tomé mi lapicera para seguir escribiendo.
¡Tenía que terminar esa tesis!
Pero, Umberto Eco explica que “tardar más de tres años,
es tener una suerte de neurosis por acabar la tesis”.
En realidad, confieso que la Metafísica puede volver loco a cualquiera.
“Tal vez tenga razón el profesor de semiótica”, suspiré aliviado de mi sueño.


FIN.


Are you understand me, Lector?



Dado en Florida Este, el sábado 9 de mayo de 2.009. “Als Ich Can”



Meditaciones Metafísicas I

Meditaciones Vespertinas I.

Por Uriel Maeterlinkt



Quería escribir un cuento hermoso. En un día de primavera caluroso. Inusual para esta época del año la temperatura estival. El festival de lo paganamente final se viene preparando. Arropando la estela de voracidad, vertiginosidad. Ahora sé que puedo meditar con el solo hecho de pulsar los botones. Questiones disputate. Disparate es lo que sale de primera mano. El arte de saber bien decir acompaña este gesto de gestar un texto. Afecto hacia lo que no se puede poseer. Ser prudente en la contienda, a sabiendas que hay que sacar sabiduría después de tantos errores. Las historias no se repiten, y para que se logre la repetición en esta tierra impía, una arpía denuncia la renuncia a tomar el fruto prohibido. En esto quedo cohibido, en que reprimo la libido. En la sublimación del dolor interior se logra la afirmación de un ser superior. Mejor campaña emprendida en el lapso de un corto tiempo es el cortar con aquello que no ofrece resistencia aparente, pero que tiene una consistencia incoherente. Semejante ser no necesita sumar problemas a los que ya tiene. Desconocerá las causas y las razones, y somete al escritor en variaciones sobre un mismo tema. ¡Pero el tema es el amor! Expresado de esta manera es lugar común que el amor es moneda corriente, como el agua caliente es preferible a la fría, insípida Ilíada de los héroes, la Paideia. Comedia que se trastoca en tragedia porque escribo desde el dolor. Dolor punzante como amenazante es la condena, la pena y la última cena. Allí se denota la traición. La repetición, debe ser algo cubierto del velo del silencio, que se dice con muchas palabras que ensucian el discurso en su decurso. Es un buen recurso. Recurso idiomático al perseguir aquella vieja idea de tratar de hallar la lengua perfecta dentro de la cultura argentina. No quería tratarse de lunático al autor, al mentor, al escritor no precursor. Porque sería una auténtica locura pretender que Adán hablaba la lengua castellana. El primer hombre tenía una gran facilidad para nombrar los animales. Esta facilitación fue una virtud infusa, de lo contrario, Dios no podría haberle pedido que nombrase a sus creaturas buenas. Pero no halló la ayuda adecuada. Es éste el problema.


Dado en Florida Este, algún día de la primavera de 2008.-

Meditaciones Metafísicas II

Meditaciones Diurnas

por Ariel van Ruysbroeck


La claridad difumina el espacio lleno de sopor. El calor es ligeramente soportable. Es dable a los ojos del alma la plena calma. El silencio que se ha producido tiene un contenido de equilibrio dinámico. Lo que ha sido fue asido. Lo que molesta es lo asiduo, es lo que se contesta. Y, se transforma en protesta. Cuesta aceptar esta fría realidad. Pero, para hablar de realidad no es suficientemente el mero hecho de nombrarla; sino de explicitarla de argumentarla, y por último de vivenciarla. De lo contrario sería una charla fantásticamente irreal, ideal. Cabal acontecer de este nuevo día. Nuevo lo es siempre.
Quería escribir un hermoso cuento. Peor, el cuenco de donde tomo el agua fresca se ha roto. La gresca que traen las hojas agitadas por la cascada, rasgada ha dejado mi alma. Y, entre los entresijos se pueden observar los pasillos que van componiendo la descripción de un algo que se esté conformando idealmente, platónicamente. Realmente es un buen ejercicio no comenzar directamente por el inicio. El oficio del escritor, es seguir escribiendo, sabiendo, comprendiendo que los resultados a los que se arribe sobre lo que se escribe, son factibles que den la vuelta hasta lo originariamente incomprensible. Sublime es la intención, como quien quisiera escribir una canción. Ella debe tener armonía, melodía y mediodía. Calidez meridiana. Candidez hermana.


Dado en Florida Este el año 2008.-

Meditaciones Metafísicas III

Meditaciones Áureas

por Ariel von Kleist



Silencio meditativo. Cuando no se habla se piensa. Y se recorre el pensamiento en sus derroteros más íntimos. Derrotados los pasados momentos de trabajo arduo y dificultoso, como quien resiste incons-
cientemente, se sabe inocentemente protegido. Guarecido de un vendaval de preguntas, preternatural es el desafío que le impone la teodicea. Desde el silencio se confía al escrito Un flatus vocis, “un po-
quito de aire que se echa al viento”.(Héctor Aguer). La fecha del inicio de una vida nueva, está en dejar consignado que es necesario ir desbro-
zando el camino para transitar por él. Del mismo modo que el discípu-
lo caminaba sin saber muy bien dónde, dónde encontraría una respues-
ta a su pregunta, a su inquietud.
El maestro dejó que su alumno partiera, no porque fuera a partir algo en dos mitades y así descubriría lo que hay dentro del objeto de la naturaleza, sino porque partía hacia lo desconocido. ¿Al llegar a él lo partiría en mil pedazos? Como un espejo de cristal o de hielo, el velo que oculta la veracidad de los aconteceres, de la forma y la armonía, se astillaría, y cabría preguntarse si el enigma no es más grande aún. Lo que buscaba el muchacho, inexperto, era un trozo de realidad vital, porque tal, era el motivo motor de su aprendizaje. Un alunizaje con la mirada puesta en la Luna que se va llenando, no ya de agua, sino de la luz que le refleja el Sol.
Excursus: Die Entführung aus dem Serail, obertura de Mozart.
El joven acarició con su blanca mano la manca superficie del agua clara. La misma se le escurría de entre los dedos, y pensó que así era como un fluir del tiempo. El viento hizo lo suyo y le azotó la cara, pero no le hirió. Le refrescó la consigna, que habría de aprender algo de la bruja maligna. Esa rosaleda de los filósofos, que para andar en ella hay que estar seguro de tener bien puestos los pies sobre la tierra, para respirar un clima de enrarecida montaña. Eso enrarecido lo confundió, pero no perdió lo esencial. Lo abigarró la idea que ya todo estaba meditado, pensado de un mil maneras distintas. Le dieron como fintas de estocada, no como obsequio, sino como correctivo de aprendizaje. El aterrizaje en la fronda de la idea de lo simple lo alentó, no porque lo hiciese más lento, sino porque le confirió un hálito de vida y esperanza fugaz. Necesitaba, anhelaba que esto fuera veraz, no porque lo echase fuera, sino porque sencillamente fuese. Acontece. Y anochece.



Dado en Florida Este, el 11 de mayo de 2009.-

Meditaciones Metafísicas IV

Meditación Aislada


por Ariel Kierkegaard



Hacia las cumbres borrascosas de un sueño en el que digo: “¡Buenas noches, me voy a dormir!” puede suceder que aparezca mi amante platónico, y así no ser rechazado. Ser apreciado, valorado y justipreciado; que aunque se parezca apreciado y justipreciado, no son sinónimos. Tampoco son los mismos hechos, el de amar en sueños y amar de verdad. Para escribir esto tengo que hacer un esfuerzo de entrega total. Ya es tarde para mí. Mi amante platónico nada sabe, y nada en sus sueños de medianoche, preparado él mismo, con el cóctel de su medicación más el alcohol. Es este el momento de incomprensión de lo más originario. Como aquel momento que sumió en sueños a Uriel Maeterlinkt, y vio las más fantásticas imágenes de su mundo onírico, que no era empírico. Así es el amor platónico; deseo subjetivo, pero que alcanza su objetivo. ¡Buenas noches, me voy a dormir!


Dado en Florida Este el año 2008.-