martes, 12 de mayo de 2009

Meditaciones Metafísicas III

Meditaciones Áureas

por Ariel von Kleist



Silencio meditativo. Cuando no se habla se piensa. Y se recorre el pensamiento en sus derroteros más íntimos. Derrotados los pasados momentos de trabajo arduo y dificultoso, como quien resiste incons-
cientemente, se sabe inocentemente protegido. Guarecido de un vendaval de preguntas, preternatural es el desafío que le impone la teodicea. Desde el silencio se confía al escrito Un flatus vocis, “un po-
quito de aire que se echa al viento”.(Héctor Aguer). La fecha del inicio de una vida nueva, está en dejar consignado que es necesario ir desbro-
zando el camino para transitar por él. Del mismo modo que el discípu-
lo caminaba sin saber muy bien dónde, dónde encontraría una respues-
ta a su pregunta, a su inquietud.
El maestro dejó que su alumno partiera, no porque fuera a partir algo en dos mitades y así descubriría lo que hay dentro del objeto de la naturaleza, sino porque partía hacia lo desconocido. ¿Al llegar a él lo partiría en mil pedazos? Como un espejo de cristal o de hielo, el velo que oculta la veracidad de los aconteceres, de la forma y la armonía, se astillaría, y cabría preguntarse si el enigma no es más grande aún. Lo que buscaba el muchacho, inexperto, era un trozo de realidad vital, porque tal, era el motivo motor de su aprendizaje. Un alunizaje con la mirada puesta en la Luna que se va llenando, no ya de agua, sino de la luz que le refleja el Sol.
Excursus: Die Entführung aus dem Serail, obertura de Mozart.
El joven acarició con su blanca mano la manca superficie del agua clara. La misma se le escurría de entre los dedos, y pensó que así era como un fluir del tiempo. El viento hizo lo suyo y le azotó la cara, pero no le hirió. Le refrescó la consigna, que habría de aprender algo de la bruja maligna. Esa rosaleda de los filósofos, que para andar en ella hay que estar seguro de tener bien puestos los pies sobre la tierra, para respirar un clima de enrarecida montaña. Eso enrarecido lo confundió, pero no perdió lo esencial. Lo abigarró la idea que ya todo estaba meditado, pensado de un mil maneras distintas. Le dieron como fintas de estocada, no como obsequio, sino como correctivo de aprendizaje. El aterrizaje en la fronda de la idea de lo simple lo alentó, no porque lo hiciese más lento, sino porque le confirió un hálito de vida y esperanza fugaz. Necesitaba, anhelaba que esto fuera veraz, no porque lo echase fuera, sino porque sencillamente fuese. Acontece. Y anochece.



Dado en Florida Este, el 11 de mayo de 2009.-

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