viernes, 14 de noviembre de 2008

Diamante Corazón


Mi pequeño amigo

“Velen aquí
y sobre su tumba
esparzan rosas,
suaves y dulces
como su corazón”

(Henri Purcell, Dido
y Eneas, coro)

Alpha

Había una vez un bello y joven muchachito. Era bello porque era joven y era joven porque era bello. La belleza es algo que se irradia en un rostro de corazón y alma poco visitada por el paso del tiempo. Pero, fundamentalmente, la belleza descuella en un corazón puro.
Él tenía el corazón como el del “diamante corazón” de Luis XIV; “El rey sol”, que desplegó el arte Rococó en la aristocrática Francia del siglo XVIII, el siglo de la Ilustración Europea. Y, no se sabe cómo, lo lució la protagonista del film Titanic, poco antes de hundirse en las profundidades del Océano Atlántico, mientras posaba vistiendo solamente esa joya. Más de cincuenta años después, el diamante en cuestión fue recuperado por su dueña y arrojado por la borda del barco, dándole al oleaje del mar el privilegio de ser el último y único dueño.
Los ojos de mi pequeño amiguito eran del profundo azul tallado de esa joya admirable. Y esos ojos permitían hundirse en una profundidad de una espiritualidad ecléctica. Pensaba miles de historias, y cuentos, y los Haikou, la tradicional poesía japonesa de tres versos, con cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. Pero no atinaba a tomar lápiz y papel para redactarlos, y la poesía, y la magia de la literatura contemporánea se esfumaba en su imaginería abundante, como el humo de los innumerables cigarrillos que fumaba. Bueno: ¡algún defecto tenía que tener este muchachito!


Beta

Todas las mañanas abría la querida Parroquia de San Isidro Labrador, una iglesia neocolonial de los tonos blanco y ocre de rigor arquitectónico, con hermosos vitrales austríacos del Establecimiento Tirolés, techo con bóveda de medio cañón y arcos de medio punto con columnas rematadas de hojas de acanto.
A las siete y media preparaba lo necesario para la misa matutina. Y, por la tarde, decía jocosamente que “tenía un dosaje de Jesucristo en sangre”, cosa que hacía reír al Cardenal Rosenkreutz, puertas adentro de su despacho.



Gama


Una mañana de invierno gris, martes 8 no te cases ni te embarques (¿o era martes 13?)…digo, estaba expuesto el Santísimo en la custodia de bronce pulido, que es un pie con un soporte en forma de rayos concéntricos, símbolo de la irradiación de lo Divino, y en el centro se coloca una hostia consagrada.
Algunos fieles miraban de rodillas la blanca forma entre rezos, con esa necesidad de querer ver algo de Dios. El himno “Adorote Devote” canta: “La Cruz escondía tu humanidad y la Eucaristía tu divinidad”. La unión hipostática del cuerpo y alma de Dios, se hallan presentes en las especies de pan y de vino. Y vino lo peor. Vino un hombre vestido de negro, con guantes negros, lentes negros y portaba un maletín negro; en una palabra: todo negro salvo la piel.
Se acercó sin temor a la Custodia abrió la mirilla, y sacó la forma y la colocó dentro de su maletín. Descartó el valor de los ornamentos litúrgicos y se llevó aquello que no se debe. Se podría pensar que no sabía lo que hacía aunque pareciera que por su rápido actuar era muy preciso en sus actos. ¿Por qué digo que “no sabía lo que hacía”? Porque ya lo dijo Jesús en la Cruz, “Padre perdónalos…” El Señor sabe que pide perdón por los pecados del futuro incierto.
El P. Mauricio lo vio desde el confesionario. Y corrió con la intención de interceptar al sacrílego ladrón. Pero Edward (perdón por demorar el nombre del protagonista de esta historia ) corrió antes que él, al igual que Juan se adelantó a Pedro; y le arrebató el portafolio. El malvado tenía una pistola 9mm. con silenciador, y le apuntó a la cara al P. Mauricio, con la mano izquierda enguantada, pues vio que el sacerdote vestía de clergman.
Pasaron segundos eternos. Hubo gritos de pánico y un ruido sordo…


Delta

Cuando se disipó la confusión, el P. Mauricio estaba sobre el cuerpo de Edward tendido. Había un charco de sangre que corría a raudales por el suelo. El Padre le impartió la Absolución Sacramental y, sin perder tiempo, sacó del maletín la hostia y le colocó un trocito bajo la lengua, como hacen los médicos con sus pacientes ante una emergencia. Ésta sí que la era. La de salvar un alma heroica. Con la forma, se la puso en un recipiente con agua, y a los tres días se la enterró en una parte del jardín; todo ha de retornar a la madre tierra.






Edward estuvo en terapia intensiva del hospital y un sábado a la madrugada murió. El domingo, el Card. Rosenkreutz celebró una misa de Réquiem de cuerpo presente a la que asistió toda la comunidad parroquial. El P. Mauricio predicó una homilía muy emotiva, dando gracias al Señor por haberse evitado una profanación en pleno templo, y por tener por muy seguro que el alma de Edward “viaja con los Ángeles hasta el altar de Dios, al igual que el incienso sube en representación de las oraciones de los Santos”.

El Card. Rosenkreutz amaba mucho al hijo de su alma. A los pocos meses murió de pena. La pena impuesta al asesino fue de cadena perpetua. El Arzobispo lo visitó en la cárcel y le ofreció confesarse, advirtiéndole que el arrepentimiento no restablecería la pérdida de las personas, pero la misericordia de Dios no puede negársele a nadie; ya que Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos” como lo enseñó Jesús.

El Padre Mauricio fue ordenado Obispo y se comprometió a cuidar de la feligresía “con el celo pastoral que pregonaba San Pablo en sus cartas Evangélicas”.

Querido lector: hubiera preferido ofrecerte un relato más hermoso y dulce, pero la vida no es de color de rosa. Tan solamente es rosa el árbol del pecado de Adán, una ilustración sobre cartulina turquesa, que le había adquirido Edward a su amigo, el artista plástico Uriel von Kleist; en una tarde perdida en el tiempo pero encontrada en la memoria de la historia; que rescata los valores para proponerlos como modelos.

FIN


Ariel Lustiger

sábado, 8 de noviembre de 2008

Flores


viernes, 31 de octubre de 2008

PAISAJE...

Paisaje con Árboles Verdes

(Tercer ejemplar del 31 de agosto de 2008.
Refundición, continuación y conclusión)

por Ariel Wackenroder



Capitulito 1



“Que la bendición de Dios vaya contigo y con los que transforman
el mal en bien, los enemigos en amigos”.
(William Shakespeare,
Macbeth)



Ivana se paseaba por el corredor de la amplia mansión. Mientras, en el salón, se enfriaba su taza de té a medio tomar. Al asomarse por una pequeña ventana ovalada, que daba a la parte oriental del bien cortado jardín, vio la agitación de las copas de los árboles. El viento no atenuaba su fuerza.
Entonces Ivana apretó sus labios con expresión melancólica. Su rostro blanco como el papel satinado, estaba surcado por cejas muy finas y arqueadas sobre unos ojos bien redondeados de color marrón. De boca y nariz pequeñas, sus mejillas estaban maquilladas ligeramente por una pincelada de rubor tierra de siena. Tenía puesto un vestido de noche color rojo tomate de espalda descubierta, con guantes de seda al tono que le cubría hasta el antebrazo y, portaba unos pendientes de plata recargados. Su cabello negro azabache, estaba sujetado por detrás, en un rodete rematado por una varilla de madera cuneiforme. Su amigo Guillaume siempre se divertía diciéndole que “se ponía agujas de tejer en la cabeza”, lo cual a ella no le causaba la menor gracia. En una ocasión, se le ocurrió contestarle: “me tejí el peinado”. Y esa cuota de humor espontáneo, hizo soltar una carcajada estridente a su gracioso compañero.
Se dirigió nuevamente hasta el juego de porcelana inglesa, haciendo rozar el ruedo de su vestido de lino en el suelo de madera craquelado.
Dos horas después llegó Guillaume Postel. Le habían puesto el mismo nombre que al utopista, confesor de Johanna o Madre Zuana, en el siglo XVI. Era un hombre alto, de proporciones equilibradas, con barba algo canosa, que dejaba entrever algunos cabellos azul oscuro. De ojos verdosos y nariz aguileña. Vestía de negro, salvo el cuello de encaje blanco de su camisa. Se quitó el sombrero y se sentó frente a ella en el acostumbrado sillón tapizado de brocato dorado.
-Querida, ¡ hace mucho frío allí fuera! Por poco se me hielan las piernas-. Y sorbió su caffe con canela.
-Estoy muy preocupada-.
-¿Otra vez?- Y resopló.
Ella miró hacia el costado, como si quisiera darle la espalda. Apoyó sus manos enguantadas sobre las rodillas y se levantó lentamente. Seguía viendo hacia el mismo lado, pero sin prestar atención a lo que tenía ante sus ojos.
-Le escribiré- dijo suavemente.
-Otra carta que no tendrá respuesta- contestó irónicamente Guillaume.
-Y insist...- Era común en Ivana mechar expresiones de otros idiomas en su conversación. Cuando hablaba sabía hacer sonar las palabras y combinar frases en latín, francés, ingles o alemán; pero se cuidaba muy bien de no realizar mezcolanza de lenguas.
-El origen significa autenticidad: autem vita. “Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano”. Meine Edward tal vez sea demasiado divino para ser mío. Meine Edward es demasiado humano para el género de mi condición de condesa. Soy como la participación de ese proyecto. A duras penas le abro a veces mi corazón. Quisiera que brotaran de mis ojos más lágrimas de arrepentimiento. Una furtiva lácrima... Pero parece que no desearía curarme. La noche me envuelve como un manto y yo me refugio en ella. Mi familia entorpece meine Edward´s passion. Les veo demasiado mundanos como para que puedan comprenderme. Y a mí misma...me veo demasiado vanidosa y orgullosa para poder contenerme dentro de mi misma.¿Tan malo es el derramarse sobre otras personas? Ya no lo creo tanto...- Meditó esto con voz ligera, pero lo suficientemente audible, para confiarle los secretos de su corazón a su entrañable amigo.
-Me parece que son suposiciones tuyas- terció Guillaume.
-No puedo olvidar cuando le dije “para que haya una relación entre nosotros necesito lo inquietante del hombre. Salir a buscar otras vidas que provienen cada una de su mundo. Provenimos de mundos totalmente diferentes”. ¡ Y se lo dije seriamente!... Und meine Edward rió divertido, como tú, ahora-.
Guillaume reía, realmente. Luego tosió como para ponerse serio y dijo –Tal vez debieras dejar tus clases de filosofía con el profesor von Kleist. Ese viejo recalcitrante te hace ver volar pajaritos de colores en la cabeza-.
-Du Falscher, suche nur den Herrn zu fallen - (Tú, falso tratas de perder al Señor)-. Prosiguió, esta vez dándole la espalda con un ademán. –Cuando yo muera el terrible Phatos de mi existencia coronará esta victoria. Pero será una derrota para él.
-Y tu confianza en tu Edwardtito será una derrota para ti-.
-Schweigth, er ist schon wirklich hier - (Callad, que ya ha llegado)-.
-¿Cómo, ahora?- Replicó sorprendido Guillaume.
Ivana se dirigió a la puerta y salió del salón y, bajó las escaleras sin asirse de la balaustrada de mármol de Carrara. –Ach, wann wird die Zeit erscheinen? – (¿Ah cuándo llegará el momento?)- dijo para sí.
El mayordomo estaba en el palier. Lo anunció. –Sir Edgard Mc. Allister, misis Anderson.
Ivana sonrió con el rostro iluminado.
-Danke, Alfred-.
-Bite- y se retiró por una puerta pequeña lateral.
-Ivi, my darling- Edgard avanzó unos pasos y abrió sus brazos.
-¡ Por fin! Sabía que vendrías a visitarme. ¡Estaba tan segura!- Y lo besó en ambas mejillas, pero inmediatamente se apartó de él.
-Bueno niños, yo los dejo tranquilitos- dijo Guillaume. –Me voy a hablar de negocios con Lord Burton. Es un tema muy aburrido. Por eso no los invito a que me acompañen. Pero sería “very good” mezclar los negocios con el placer-. Mientras lo decía, movía los dedos índice y medio, para significar las comillas.
-¡No seas cínico!- le espetó Ivana.
-No te pongas así por una broma. Estás muy nerviosa- le tendió la mano a Edgard- ¿Cómo está usted, mister Mc Allister? Hace mucho que no se lo ve por estos lares-.
-Muy bien, gracias-.
-¿No era que te ibas?-
-¡Ay, que mujer insufrible! ¿Cómo hace para tolerarla? Ah, claro, como hace mucho tiempo que no...-
-¡Get aut!- gritó Ivana.
Y, Guillaume, calzándose su sombrero de copa, se retiró por la puerta principal, dejándolos.




Capitulito 2





“Con ronco murmullo
lloran ante mis lágrimas,
arroyos y manantiales”.
(Händel, Aria de Contratenor)




Ivana dijo –mejor será que vayamos a la biblioteca-.
-Es una buena idea- respondió Edgard. –Allí estaremos más cómodos.
-La comodidad resulta una molestia horrorosa-
-¿Por qué?- Se arrepintió de haber dicho eso. -No importa, te sigo-.
Ivana hizo sonar una campanilla. Apareció una criada y le dio las instrucciones de servir el té a las cinco en punto.
Edgard era un hombre de mediana edad. Un tanto desgarbado, rubio, bigote tupido, ojos celestes y mejillas pecosas. Tenía una forma rara de caminar. Sus cejas eran espesas y casi se juntaban una con la otra. Cuando hablaba se movían dándole una expresión de lamento.
-Mucho tiempo en el exilio debe haberte sido muy molesto- murmuró Ivana.
-No tanto- sonrió Edgard.
-Mi cruz es, o mejor, son como notas de un sonido más bien plagado de disonancias o discordancias y algún cluster. Se infiltran en mi mente y me siento como que estoy en carne viva. ¡Oh Edward! ¿Qué te he hecho meine Edward, que te he hecho? Hay mucho ruido en mi interior. El cansancio de tu espera angustiosa me deja unos momentos en estado de vigilia. ¿Por qué te he ofendido amore mío? Pero ¿por qué me quejo de viejas rencillas si la culpable soy yo?- musitó así su soliloquio, Ivana.
-Pero no te mortifiques tanto, mi vida-.
-No me mortifiqué tanto en lo material como sí mucho más en lo mental. ¡Cuánta expectativa para que todo acabe en un cielo sin nubes. Un cielo azul profundo... como tus ojos, en los que me veo reflejada. Y de noche, una estrella brillante. Como mi diadema- hizo una pausa- la que te entregaré a ti en su momento-. Se sentaron. Hasta entonces el inicio de la conversación había sido de pie.
La biblioteca era amplia. Atestada de libros, algunos abiertos por la mitad, con rollos de mapas de rutas marítimas. Detrás del gran sillón de cuero marrón, una obra del pintor inglés Turner. Un buque cerca de una costa, con un amplio cielo cargado de nubes, densas. El clima del cuadro se correspondía con el clima de la conversación que se estaba generando.
-Cuéntame de tu viaje a Londres. Allí está siempre nublado o lluvioso.
-¡London!- él se sorprendió grandemente e hizo un gesto de brusquedad que dejó entrever lo aparentemente hosco de su persona. Dijo- I don’t know. Don’t go to London. Es mejor el camino de regreso. Ante una suerte dudosa en infausta, llorarás, oh mujer, tu destino. Fino acontecer de un sendero boscoso. Un prado extenso, como el desierto en que te veo, pero esmaltado de flores amarillas y turquesas. Altos árboles en cuyas frondas se oye el cántico de los pájaros...
-¡Canticorum jubilo!- rió por fin Ivana.
-Los árboles verdes se agitaban al paso del viento, de aliento frío. Así lo imaginé, y qué sensible me sentí imaginándote a ti con los brazos abiertos, como yo abrí los míos luego de meses de no verte, en este, nuestro encuentro crucial- comentó Edward.
-Pero recordarás que te dije: “te dejo, estoy cansada y me voy a casa”- continuó Ivana –Y me iba a dormir, no como mi amiga Elsa, que duerme como un lirón, sino como la mandrágora o la gárgola de la Catedral de Westminster; que deja de parlotear, y se ubica en el centro del extramuros, cerca del Portal del Rosario.
-Demasiada parafernalia para querer justificar lo injustificable-.






Capitulito 3



Con la clase y la opulencia
en vano han querido engañarme
fácilmente.
(La Hija del Regimiento
Gaetano Donisetti)





-La vuelta a lo cotidiano tiene su encanto natural. La afirmación de palpar los objetos sensibles y descubrir un mundo. La vida que se abre en cada minuto. Y se avanza en el tiempo y en el espacio. Y se recorre un camino intransitable para otros. Lo normal no da su razón de ser aquí. Lo ínfimo se convierte en infinito...-
-Eso, me lo has escrito en la carta cuarta- sentenció Edward. En ese preciso momento sonó el reloj de péndulo, dando las cinco. Y, con una sincronización coreográfica, entró la criada con el servicio completo del té.
-Is time of a cup of tea- se puso de pie Ivana y sugirió: -disfrutémoslo, que nos quedan muchos momentos más para compartir- y se puso a servir la mesa. La infusión exhaló un suave perfume a jazmín.
-« Je ne concois les choses inconnues ou confúsement connues que de la manière de celles qui nous sont distinctemete connues »-.
-Es una cita de Leibniz- reconoció Edward. –Está en la octava y penúltima carta-.
-Ya que te sabes todas mis cartas de memoria, no podrás obviar la propuesta que te hice. Si respondes con un sí, tendrás el título de Conde, si es un no, entonces será una declaración abierta de guerra-
Subió el tono de voz -¿Qué respondes?-
Edward la miró fijamente a los ojos. Tardó un poco en decir:-¡Guerra! Cambió un poco la inflexión de su voz.
Ivana se quedó aun de pie. Se sentó despacio. Miró al costado.
-Und... no necesito agregar que me marcho esta misma noche- agregó –Tomaré un barco y partiré a América.
-América... te puedes llevar ese libro azul. Ese recién comprado. Lo podrás ubicar en el estante sexto. América, que recientemente fue publicado por Franz Kafka.
-Así que el autor checo sigue escribiéndose con Milena-.
-Es su traductora al inglés. ¿Qué más quieres? “Tradutore Traditore”-
-¿Así que soy ahora un traidor?-
-Tómalo como quieras. Y hablando de querer, ¿qué más quieres?
-El estilete florentino que perteneció al Cardenal Sforza. Y un salvoconducto-.
-La daga te la puedes llevar. Pero me abstengo de lo otro. Si mueres como un perro, no puedo llorar. ¿Me darás el último beso?-
-Por supuesto. A pesar de todo tu malestar, sigo siendo un caballero...sigo teniendo dignidad- y la besó en la boca.
-Alfred, muéstrale a Sir Mc Allister la salida-. Y salieron los dos de la biblioteca uno a la derecha, y la otra hacia la izquierda. –Esto es sólo el comienzo...- e Ivana dio por finalizada la conversación.






final abierto

martes, 28 de octubre de 2008

AQUA

El mensaje del agua

Había una vez una botella que fue arrojada al mar. Contenía una oración de magia, cuyo texto era desconocido porque se pedía privacidad sobre el mismo, ya que el profesor de control mental era muy estricto en el rito.
El mensaje del agua fue a parar a manos anónimas. Ya nada podía saberse. Ya nada podía creerse. El eclecticismo es algo tan fluctuante como las ondas del mar. El mar estaba embravecido. El texto está establecido. No es posible el retorno a su lugar de origen. ¡Qué pena entristecedora! La computadora no sabe qué se está redactando. Pero tiene un artilugio que ayuda a corregir la ortografía y la sintaxis. Un analista de sistemas sabe cómo son los programas que hacen que el teclado obedezca al escritor.
“Et in Arcadia ego”. En horas nocturnas se puede apreciar la dispersión del autor. Luego del reposo, cuando las aguas se aquietan, se perfila el sentido de lo que se quiere expresar. El aquietarse del agua es una metáfora que se utiliza para decir que hay calma. El alma puede llegar a diferenciarse del espíritu. Queda a disposición del lector, el hecho de pensar para sí en qué consiste esta diferenciación. El escritor se despreocupa de la dispersión causada. Ofrece su texto. Cuando salga de este atolladero no necesitará comprender el mensaje cifrado, porque la cifra es irrisoria; y desea terminar ahora esta historia.

Ariel von Kleist,08

viernes, 24 de octubre de 2008

Flores robadas de los jardines de Martínez

Flores robadas de los jardines de Martínez


Lo que Tarquino el Soberbio
daba a entender con las amapolas
de su jardín, su hijo lo comprendió,
pero no el mensajero.
Hamann


Aleph



“Según Valerio Máximo, cuando el hijo de Tarquino se hubo apoderado de Gabies, envió un mensajero a preguntarle a su padre qué debía hacer. Tarquino, que desconfiaba del mensajero, lo llevó a su jardín, y, sin decir palabra tronchó con su bastón las amapolas más grandes”. Este acto es un hecho cierto en algún sentido de la palabra. Su sentido secreto debe encontrarse en este relato. El trato, amigo lector, es que te vayas hundiendo en la trama, asido de una rama. Para no caer, para no desfallecer, hay que saber ver. Y es que en las visiones nocturnas nos asalta la alborada. Entonces Edgard se levanta demasiado temprano de lo común, de lo habitual, y, rodea las manzanas sin poder comerlas, porque son cuadras.
Caminando lentamente y transitando el tiempo, de pronto ve el jazmín del país. Lo arranca con la mano y piensa en obsequiarle a su madre un pequeño ramillete.
Cuando el protagonista de El Tambor de Hojalata, Oscar, del autor Günter Grass, envía a su amigo y enfermero, Bruno Münstenberg a comprar una resma de quinientas hojas de papel virgen; para tomar una pilita de diez, y, así comenzar su informe in-forme... surge, surge, espontáneamente la pregunta: “¿Cómo empiezo?”(1). Y, la respuesta viene a ser algo tan espontáneo como la pregunta misma. Solucionar, antes que nada, El Problema de La Hoja en Blanco. (2)


(1) Grass, Günter. Die Belshtrommel. 1959, Hermann Luchterhand. Verlag Darmastadt und Neuweid. Quinta edición, diciembre de 1998. Pág. 13.
(2) Ver Blog “El Dilema de La Hoja en Blanco”. http://www.arielvonkleist.blogspot.com/

En el primer borrador de este relato, me venía a la cabeza una pregunta más radical todavía: ¿Qué escribo? Y, tengo entre mis manos un voluminoso libro que alcanza las un mil doscientas cuarenta y dos páginas. Evidentemente, su autor tenía algo que decir. Modestamente.
Y, cuando compré esta resma A4 que estaba de oferta para redactar el manuscrito, siguiendo la ilusión ilusa de escribir una novela larga, después del placer de leer hasta la mitad a Henry James (3) ; y, como aquel cuento “pesado e inglés” según lo adjetivara Moisés Jelin (4) ; y, digo, que la hojarasca se diversificó en apuntes de conferencias y bocetos de dibujos, y, las interminables notas sobre la analítica existenciaria del “ser-ahí”(5) siguiendo el hilo conductor de Martín Heidegger, etcétera.
Hasta que cayó en mis manos el diario, con un artículo e invitación a la conferencia de presentación de un libro, cuyo autor no retengo- le he dejado ir- en estas líneas que tienen “más onda que un renglón”. (6)
El tema: escritores y artistas europeos, donde se intenta llevar a cabo un análisis literario, sobre aquello que se dio en llamar “papeles privados” de esos intelectuales. Son notas muy personales.
Y, precisamente, el título del presente texto no revela todavía lo que la trama promete. Tal vez hubiese de ver el revés de la trama.





(3) James, Henry. The portrait of a Lady. New York 1908, Pág. 542
(4) Jelin, Moisés hace alusión a mi cuento “Ausencia”. Inédito.
(5) Heidegger, Martín. Sein und Zeit. 1927, Max Neiemeyer Verlag. Tubingen (antes -Halle). 1951. Fondo de Cultura Económica. México. Buenos Aires. Todtnauberg, Selva Negra, 8 de abril de 1926, Pág. 471
(6) Expresión de la Licenciada Adriana Karlóvich.



Los Documentos Privados no debieran llamar la atención de aquél lector curioso, que los descubre tan solamente en un pequeño esfuerzo por leer esto que está ante sus ojos, y, superar con paciencia y tolerancia este exordio, que para colmo tiene dos comienzos; donde la digresión parece ser la nota dominante y disonante, como el coro que interpreta un motete de Oliver Mesiaën. Quaestiones Disputate.
Pero, ¿a dónde voy a parar con esta argumentación enloquecida y febril? Estoy presuponiendo el paso del tiempo, que haga caer en el olvido, el hecho cierto que fueron robadas unas Hortensias de uno de los jardines de las mansiones de Martínez. El perpetrador no tenía dinero, era bohemio. Y quería obsequiarle a su amada esa flor, para que no hubiese mujeres que se casaran, al habitar la casa donde se plantasen las flores robadas. El seductor platónico deseaba a su amada inmortal en su mente. Pero la quería ver a ella soltera y también a sus hermanas. Era como un capricho infantil. Un sortilegio. Un conjuro mágico. Porque Edgard había roto su compromiso con Regina Ambassador, y, en su furia celosa, no permitiría que otro la tuviera por esposa.

· Excursus: Orlando furioso arrojó su espada al abismo insondable de la nada. ¿Por qué en la profundidad se da la nada y no más bien algo? Así preguntaría Martín Heidegger con su sistema filosófico invertido.
· “Se sabe que existe una sabiduría secreta. Pero no se la conoce. Y por eso, se supone que es extraordinariamente profunda”. (Umberto Eco).













Beth



“Escribes ¿para quién?
Escribes para los muertos, para aquellos que amas en el pasado.
¿Me leerán pues?
No”.
Kierkegaard



Amigo lector. Estás abriendo el sentido de este libro que te introduce en el conocimiento de algo.
La magia de las palabras.
“Había una vez”un cuento que... comenzaba con estas palabras.
Y, había muchos magos que entretenían a los niños
con las palabras ¡ Abracadabra!
Ya has abierto este libro...estás inmerso en él.
Asómate al abismo insondable del silabeo de las palabras.
¿Se encontrará su sentido mágico?
Interrogación: Introyección.



****


Trama en sí. Si bemol mayor. Opus Dei. Nr. 4

“Una rosa es una rosa, no se plantea la cuestión de ser cualquier otra cosa. Y la flor de loto es la flor de loto. La rosa no intenta convertirse en una flor de loto, y la flor de loto nunca intenta convertirse en una rosa. Por tanto, no están neuróticas. No necesitan psiquiatras ni psicoanálisis”. (Osho, El libro del hombre, Editorial Debate S. A. Copyright 1996, Osho International Foundation, pág. 28).



· Edgard llegó a su humilde morada, y, depositó las Hortensias en un envase de vidrio lleno de agua, con piedras multicolores en el fondo. Feng Shui: Fuego.
Dijo: “no es que estoy triste, yo soy la tristeza en pinta”. Y rompió a llorar. Luego escuchó una voz lejana cual un murmullo de capullo:
“Deja que corran las lágrimas. Porque las lágrimas que no se lloran, caen como gotas de veneno sobre el corazón”. (Massenet).
Edgard abrió sorprendido la persiana. Y, más sorprendido aun, vio a un sacerdote asomarse a la parte exterior de la ventana. No hace falta mucha descripción: un hombre alto, de aspecto prolijo como si acabara de darse un baño, de mediana edad, y vestido con sotana negra.
“Hijo- dijo- ¿porqué has robado las Hortensias de mi madre? Te he seguido hasta aquí y noto que estás compungido”. Acto seguido se presentó: “Soy el Padre Uriel Maeterlinckt”.
“Padre, lo siento... pero... no sé que decir”.
“¿Y no quisieras obsequiarle esas flores a La Virgen? Ven a mi Parroquia. Allí te encontrarás una réplica de La Virgen de la Sonrisa; donde se arrodillara Santa Teresita de Lisieux, para pedir luz, antes de comenzar a redactar “Historia de un Alma”; para que El Señor guiara su mano, y, no escribiese nada que no estuviera conforme a su voluntad”.
“Iré cuando se aplaque mi ira”.
“La ira, como la Dies irae, engendra la violencia. Pero ten paciencia, y, en la medida en que devuelvas Dios te perdonará”.



El paso del tiempo cicatrizó las heridas de Edgard. Y, al fin, cuando llegó a la Parroquia San Ildefonso, se encontró con que había mucha gente en la puerta, bien vestida. Una paquetería. No lo esperaba. Pensaba que habría un casamiento. Y continuó pensando como el “bajo continuo”. Hablando para sus adentros: “Lo lamento, pero cuando se dan estos eventos, la mayoría lo hace por la fiesta y el vestido largo”.
Sin embargo, fue hasta la Capilla del Santísimo. Hizo la genuflexión. Ahí estaba la imagen de María, resplandeciente de blancura. Le rezó una “Salve”, y depositó las flores a sus pies.
Se quedó unos momentos en un silencio relativo, ya que las personas que estaban en la nave principal del templo, hablaban animadamente. Pero había en el aire un sonido de violines afinándose. Esto lo descolocó. Se sobresaltó al reconocer la voz del P. Maeterlinckt, emitida por el micrófono del ambón. El sacerdote estaba presentando un concierto de música Sacra, cuidándose muy bien de diferenciarlo de la música religiosa.
Murmullos y un pedido de apagar los teléfonos celulares. Comenzó un canto procesional de Las Misiones Jesuíticas; luego un motete y misa. Como los autores escribieron las partituras in major Gloriam Dei, los autores permanecen anónimos.
La música lo regocijó. Lo llenó de consuelo. Cuando se dio vuelta como para retirarse, se encontró otra vez con el presbítero. Él, sin pronunciar palabra alguna, extendió sus brazos en forma de cruz. Y, ambos a dos se fundieron en un abrazo. Y así es que se archivó el caso. ¡Pero que conste en actas!
· Cuando llegó el ocaso, Edgard comprobó en la praxis, que se había difuminado el eclecticismo que este relato acosaba todo su entorno y ornamentación exuberante en la construcción de palabras. Música y Palabras. Construcción de la Imagen.

Ya no se encuentra su sentido mágico,
sino una purificación del hecho trágico.

Da Capo al Fine.

Uriel Würdigen, dado en Florida Oeste, el día 13 de Octubre del Año del Señor de 2008. Para perpetua memoria. “Als Ich Cann”.

domingo, 19 de octubre de 2008

Ausencia

Ausencia


Había repetido el anuncio
en un tono de discreción
casi impersonal,
como quien esperase muy poco de ello...

(Henry James)



A menudo me ha impresionado ese misterio profundo. Pero no basta con decir que sea profundo para contentarse con ello. El misterio se ubica donde la mirada, de una sola vez y para siempre, quisiera abarcar la belleza inigualable contenida en el encanto íntimo y, del mismo modo singular, de aquello que se me presenta ante los ojos.
La misma “visión de la noche a través de las ventanas” no se cansa y, desea además, perderse en infinitas imágenes que penetran en mi alma y, de donde nace la apertura del cor hacia lo divino. Aquello que solamente puede ser atrapado en un cuadro, cuando el artista se contenta con preparar el modelo de la composición. Entonces puede comprender esa chispa de la creación, del mismo modo que un científico ve al Creador, en la admirable pequeñez de la muestra que está bajo el microscopio. He pasado a las “ciencias duras”.
A partir de apreciar lo inmediato y, de desmembrarlo en partes y, estas partes en partículas minúsculas; es que se descompone la esencia misma de la naturaleza, contrariamente al proceso de licuefacción.
Como “el varón de mirada penetrante” podría llegar hasta la raíz hundida de los árboles, las pequeñas flores de los arbustos o de las plantas silvestres. Contemplar- y de eso se trata- los dibujos de una rama, cual si una escritura extrañamente intencionada hubiese fijado allí algún mensaje enigmático. O si no, preguntarme con la inquietud propia de la curiosidad, qué es aquello de forma rara, que antes no había advertido y, que no sé cómo llamar; y por eso, por no saber su nombre, simplemente no digo nada y me quedo extasiada. Inclinarme sobre una hoja seca; que fuera en otro lugar y tiempo, tierno y verde parte de este bosque- donde gusto el pasar las horas sentada a reflexionar con el libro de Hoffnann- traída esta misma por el viento que no tiene dirección ni curso evidente. Del mismo modo, cual un modalista, observar y penetrar con una intensa fijación de la vista; cual si pudiera rasgar el aire como lo hacen los rayos del sol esplendente, el abismal espacio del cielo. Estirar la mano invisible del alma y, probar la textura finísima de su celeste admirable; donde las aves me deleitan con su vuelo. Y paradójica y finalmente, en el exordio de aquello palpable, escuchar en el oído el sonido de un insecto. Ahí me he sentido halagada de poder apreciar la grácil figura de una colorida mariposa, que describe su danza a través de curvas, que ningún geómetra podría tal vez calcular o trazar sobre el papel. De la misma manera quiero creer que podría ser posible albergar palabras de inmensa grandeza sobre este fenómeno de la naturaleza que se revela ante mis ojos cristalinos. Infinitas distancias hablan por sí mismas de un tiempo inmemorial.
Así pasaba las tardes del principio de otoño, como si estuviese sumergida en una ligera ensoñación, como en estado de vigilia del soliloquio del “sprit de finesse”.
El lugar de mi recreo espiritual no distaba mucho de la amplia casa estilo suizo- mi humilde morada- por lo que no me cansaban las caminatas, donde tenía que atravesar el camino de polvo de ladrillo, hasta el ciprés añoso. Y fue entonces que un día, al volver, me encontré con un joven bebiendo de la fuente plateada. De cabello rubio como el oro y corto, sus ojos eran de un verde esmeralda, que le daban un brillo particular, y por ende, le otorgaban una mirada aguda; como si pudiera captar aquello que pasa desapercibido, cual un Samurai atrapa un pañuelo de seda en el aire; una barbita candado bien recortada, que le daba realce al contorno de su rostro. Vestía de negro, calzado con botas de cuero y sobre sus hombros un manto púrpura. Me sonrió al verme y su sonrisa me pareció de una gran espontaneidad.
-¡Hola!- me dijo.
-Buenas tardes- le contesté.
-¿Cuál es tu nombre?- me interrogó.
-¿Nos conocemos de antes?- dije en tono alto, pero luego pensé que no perdía nada si simplemente me presentase. -Mi nombre es Elizabeth-.
Él se quedó de pie, observándome. Luego abrió la boca como para decir algo, pero sólo suspiró un “¡Ah!”, y volvió a sonreír.
Me sentí un poco turbada. –No eres de por aquí, porque no te había visto antes-.
-Vivo ceca. Del otro lado de la campiña Azul-.
-Puede ser, pero no es tan cerca- y abrí mi cesta de flores para sacar una manzana romey. -¿Quieres?-
-Por favor- me respondió. -¡Gracias!-. Y estiró el brazo para tomar la fruta. Pero no la mordió siquiera. Se quedó escudriñándola con sus pequeñas manos blancas y su cabeza reclinada hacia el costado izquierdo. –Es curioso que así haya comenzado todo...
Mi confusión iba en aumento. Junté los talones en seco y repliqué con firmeza –No entiendo de cual comienzo me...
-Es muy sencillo- me interrumpió – el hecho que una mujer le ofreciera el manjar prohibido al primer hombre. Madame Norah Caubet asegura que fue un limón, pero da igual, porque así entraron todas nuestras desgracias...
Comprendí que se refería al relato veterotestamentario del Génesis: Adán y Eva tentados por la serpiente. Pero mi manzana estaba en el comedor de diario de mi casa y había sido comprada en el mercado de la comarca, por lo cual no veía motivos para entablar una discusión teológica, ya que mis intenciones eran buenas al darle algo de mis cosas. Mi madre y yo íbamos todas las mañanas a oír la misa que celebraba el Padre Maurizio Ratzinger y, muchas veces, tocaba este tema del primer pecado en sus homilías. Así es que conocía con los ojos del alma ese relato alegórico, iluminada por la prédica de mi querido Capellán. Mi abuela Stella Marie lo tenía señalado con una estampa de San José de brillantes colores en su voluminosa Biblia de hojas finas de borde dorado. Guardé silencio por unos prolongados segundos y me llevé la mano al pecho. El muchacho retomó su discurso: -La manzana no tiene nada que ver. Todo lo que hay en este mundo carece de sentido. Se ha perdido el norte y el rumbo; el motivo y la meta. “El mundo con todas sus delectaciones” que nombra Agustín de Hipona; que estragaba el alma de Juan de la Cruz; la identificación del hombre con el abandono de Jesús en la Cruz y su extrema soledad; las noches del sentido y del Espíritu; los altos grados de oración incesante con sólo desear la Vita Beata... no obstante estas cosas, Elizabeth, es que tenemos que sufrir. Verás, me han pasado muchas cosas malas por las que he sufrido, y que ya no quisiera recordar. Estoy desencantado con la vida-.
-A mí también me suceden cosas no tan buenas- repliqué –pero eso no me desanima. Personalmente creo que la vida es hermosa-.
-También lo creo. Pero detrás de la belleza se oculta el dolor y la desazón. Me tengo que ir- hizo una pausa –te veré mañana cuando vuelvas al bosque- y se alejó dejándome conturbada.
“El encuentro con alguien que no sé su nombre me dejó doblemente sorprendida”, escribí en mi diario esa misma noche. “Por un lado sus palabras resuenan muy fuertemente en mi interior y, por otra parte, me sentí como observada...espiada. ¿Cómo sabía que volvería al ciprés mañana? ¡Oh extraña creatura! ¿Acaso te volveré a ver?” Y así fue.
En la hora de la siesta del día siguiente, el muchachito vino caminando por el sendero menor, hasta donde estaba yo sentada, en mi lugar habitual. Conversamos. Conversamos mucho sobre el hálito del bosque, los pájaros con sus deslumbrantes colores, las piedrezuelas que bordean el camino hacia el parque más elevado, las hebras de los arreboles, y las constelaciones que forman las estrellas.
El resto del otoño mis jornadas comenzaron a transcurrir con aquellas pinceladas de alegres charlas de media tarde, interminables. Encontré un buen interlocutor en él. Era muy accesible y vivaz. Muy sensible porque por momentos traía a la memoria algo de sus padecimientos interiores. Yo trataba de consolarlo con palabras de aliento. Palabras al viento. “No sé si le sirve mi postura positiva de la vida”, escribí una noche en particular: “Confieso que estoy sintiendo algo por él; por quien no conozco su nombre, pero que me abrió su corazoncito”.
Una tarde de viento gélido me dijo: -tus cabellos resplandecen como las azucenas-. Me reí con ganas. Luego noté que se sentía avergonzado. Hablaba poco y me miraba seriamente. De tanto en tanto parecía distraerse con algún pensamiento que lo transportaba muy lejos. Y dejó de venir.
Simplemente no se presentó más, y su ausencia fue notable muy hondamente en mi corazón. Muchos días hubieron de transcurrir de larga e inútil espera; al cabo de los cuales las lágrimas comenzaron a surcar mis pómulos. No podía concebir su actitud. Lo había amado en silencio. Anhelaba que me confesara lo que él sentía por mí, si era algo al menos. Pero eso nunca llegó. Tal vez fue una ilusión ingenua de mi parte. Ya no fui al bosque. Me sentía muy triste.

*

El invierno fue muy riguroso. Me consolaba sentarme junto al fuego del hogar y recordar la dulce voz de mi amante platónico y, recrear en mi memoria la hermosura de su rostro; que precedía a ese momento de incomprensión de lo más originario. En mi diario íntimo, marcada la página con un pétalo de rosa color té que me había regalado, dejé consignado: “Ya no estás junto a mí. No conozco tu nombre. Tan solamente me queda el vacío de tu ausencia”.



Muriel von Magnus*