sábado, 21 de agosto de 2010

El Leoncito Diego

La Historia de Juan Dieguito

Por Ariel von Kleist

Dedicado a Diego León Dileva


Vivía contando todo. Contaba las cuentas y contaba cuentos. Cantaba bajo la ducha y luchaba contra sí mismo, contra su mal carácter. El carácter de su personalidad era un tanto especial. Espacial era el viaje que le contaba a su sobrino, mientras sorbía una copa de tequila. Tranquila era la tarde. León estaba sentado a sus pies. Es irónico: el rey de la selva sentado a los pies del Cardenal. Sigue existiendo esa suerte de “alianza entre el trono y el altar”, pero esta vez dentro de casa. Y al Papa no le hace daño.
El Cardenal Dileva le contaba el cuentito a Diego y le decía: “Había un indio llamado Juan Dieguito. Iba a la montaña mexicana y se le apareció la Virgen María. ¿Quieres saber que le dijo?” y lo miró fijo. “Ti, tío”. “Bueno, María le dijo: hijo, quiero que vayas a hablar con el Obispo y le pidas que me construya una Iglesia a l pie del monte. ¿Y sabes que hizo el indiecito?” “No, tío Ariel” “AH, me parecía que ya no te había contado esa historia... bueno, el indio se escapó por el otro costado de la montaña... ¡ejem! ... y la Virgen le salió al encuentro y le dijo: Juan Dieguito, mira que es muy poco lo que te pido. No tengas miedo. Ve a la sima de la montaña y verás unas florerillas... llévaselas al Obispo para que te crea que te mandé yo, La Inmaculada Virgen de Guadalupe... ¡ejem!” “OH, y qué pasó con mi amiguito Diego”. “Tu amiguito fue a la montaña y se encontró con el invierno de México y a pesar del frío, había un enorme prado de flores de todos los colores. Se las guardó en la tilma, que es como un delantal y se fue corriendo a ver al viejo Obispo que no le creía un soto... ¡ejem! Entonces, el indiecito le arrojó la tilma al suelo y no sabes lo que apareció dibujada”. “¿Qué cosa tío?” “La imagen de la Virgen de Guadalupe”. “¿OH, y hicieron la Iglesia?”
“Mañana te lo cuento, ahora a la cuna a dormir que es tarde”.



Dado en Florida Este, el viernes 13 de agosto de 2010.

lunes, 26 de julio de 2010

Para pensar en Siglos

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El Carro de Heno

Juntos marcharon por esa calle, que ahora estaba vacía. Tierra polvorienta de casas bajas y mugrientas. Ernesto le dijo a su esposa: “no mires atrás, no sea que te suceda lo que a la mujer de Lot”. Griselda se detuvo y lo miró fijamente. Pensó un momento antes de preguntarle a su marido: “¿Y... qué le sucedió?” “Se convirtió en poste de sal”, fue una respuesta seca. Pero ella no pudo con su alma y miró de reojo atrás, tratando que no lo advierta su esposo lleno de años y sabiduría inigualable. Y lo que vio la sorprendió. Un carro de heno que arrastraba todo a su paso. Volvió la cabeza hacia delante y apuró el paso. Quería correr lo más rápido que su cuerpo podía responder. Pero Ernesto la sujetó del brazo. “Este pueblo fantasma tiene secretos que tan solamente yo he podido percibir con claridad”... hizo una pausa y continuó hablando con la tranquilidad pasmosa que lo caracterizaba: “El Bosco no era ni ciego, ni sordo, ni mudo...” “Entonces, ¿vamos a morir?”
Ernesto soltó una bocanada de aire polvoroso. Dijo: “¡Irremediablemente!” “Pero, lo único que hice fue reojear para atrás...” “...lo suficiente como para que la profecía, que mal interpretada puede ser, pero que se hace realidad en este preciso momento”. Griselda se puso pálida, lo que denotaba su perturbación ante la visión y ante las palabras apocalípticas que escuchaba. “Me da mucho miedo...” “...lo hubieras pensado antes... yo te lo advertí, esposa mía, paloma mía...” Griselda ya no caminaba por la calle desierta, pero por otros motivos. Sus piernas estaban rígidas; sus brazos se contracturaron; no tenía hálito de vida.
Ernesto le pasó el dedo por la mejilla y probó la solución salina que se desprendió sin dificultad. “Todo se ha consumado...” Caminó hacia la esquina y el Carro de Heno lo arrebató sin misericordia de la calle vacía.

Uriel van Ruyssbroeck

Demasiado Tarde

Una tarde en la peluquería de Pacha


por Ariel Lustiguer

Una tarde de sábado de frío intenso, entro a la peluquería. Estaba llena de gente, de sexo masculino, porque es una peluquería de caballeros. Abro la puerta, doy un paso al interior del lugar y digo en voz alta: “¡Pacha! ¿puedo cortarme la barba sin plata?” y poniendo un tono de voz meloso: “Cuando venga a cortarme el pelo te pago todo junto...”
“...vos sí que estás al pedo toda la tarde...” me contestó en seco el Pacha, “ves que está la peluquería llena de gente y querés cortarte la barba nada más... ¡dejáte de joder!...”
“...¿entonces me voy?” y hago un ademán de querer salir.
“dale pasá,” se sonrió, « pero mirá que vas a tener que esperar.»
“no importa,” y le mostré un libro con mi mano izquierda, “mientras, me leo la novelesca.” Y me senté en el único sofá de cuero disponible, al lado de un hombre muy prolijo, que estaba escribiendo con su laptock, mientras copiaba papeles manuscritos. “Pero voy a leer en voz baja, no sea que este buen señor se equivoque, y apriete mal una tecla, y el lunes lo rajan del trabajo...”
“...no es para tanto,” dijo el aludido. Y rió.
Entonces el Pacha siguió con su tarea, al pie del cañón, como es su costumbre. Barrió el piso lleno de mechones de pelo cortado y prendió un cigarrillo. Le dio dos pitadas y lo dejó en el cenicero.
“a ver pibe pasá que te toca a vos...”
El muchacho se sentó en la silla y le dijo: “cortame bien Pacha que tengo que quedar lindo para esta noche.”
“Ha, así que te vas de joda,” y le colocó un delantal con las letras “Pacha” impresas del revés, como para que se puedan ver al derecho en el espejo. “¿hay una minusa por ahí?”
“sí,” le respondió acompañando la afirmación con un movimiento de cabeza, leve. “y encima no dormí nada...”
“... bueno, te tirás un rato a dormir la siesta cuando te vas de acá,” y sonrío socarronamente, “eso sí, ponete el despertador no sea que sigas de largo, y si quedaste en encontrarte a las once y te despertaste a la una y media...” e hizo un gesto con las dos manos, “¡Pero ni la llames directamente! ¡Me parece muy bien! Te voy a dejar bien churro”. Y comenzó a cortarle el pelo.
Se hizo un silencio y la conversación fue en voz más baja, como un susurro. Como de casualidad, el Pacha le pregunta al chico: “¿ y fuiste a trabajar hoy?” Se nota que el Pacha conoce a sus clientes por lo que voy a relatar a continuación.
La respuesta fue un “no”, también con la cabeza.
“¡Ha que bonito!”, y dio un paso para atrás. “¿y se puede saber por qué no fuiste a laburar?”
“Porque salí anoche...”
“... Ah, mirálo al señor, ayer también se fue a bolichear. ¿Y fue con la misma chica?”
“No, con otra.”
“¡Ah bueno!” Y comenzaron las carcajadas generalizadas. “¡Así que con otra!” Y se dio vuelta como para buscar entre los hombres presentes algo de complicidad. “Me parece muy bien que te portes mal”. Luego de una pausa en que le retocaba la patilla, dijo: “Así que el tipo sale ayer con una, mañana con otra, pasado con la de más allá... ¿cuántos años tenés?”
“Veinte... son rachas, que tengo...”
“Ta bien, sos un pibe”, e hizo una pausa y tomó el cigarrillo. Se dio vuela y dijo a los que estaban sentados: “Ta bueno esto de darle una pitada y que se consuma solo...”
“... sí Pacha,” le tomo el guante inmediatamente, “así tenés cinco minutos más de vida... el infarto te agarra más tarde...” Más risas.
Luego le siguió cortando el cabello y la conversación era casi imperceptible. Entonces le dice: “eso sí, no te llegues a casar porque vas preso... vas en cana como el mejor...”
Cuando terminó, el chico le pagó y le dio un beso, “chau seguí portándote mal,” y cuando el muchacho se acercó a la puerta para ponerse la campera que estaba en el perchero, le siguió diciendo: “Mirá que tantas chicas te va a hacer mal; te podés enfermar; y si tenés más, llamános que vamos y te ayudamos,” y lo miró fijo: “lo hacemos por vos, para ayudarte...” y ya las carcajadas eran estrepitosas. Y el chico se lo quedó mirando sin decir nada. Se fue. El Pacha volvió a barrer mientras el señor de la laptock rompía unos papeles y guardaba la computadora portátil en un maletín.
“¡Mirá! Está rompiendo el informe de Ángela Merkel al Fondo Monetario Internacional... no te digo que lo van a echar del trabajo...”
“...callate que no tenés ni cinco pesos para cortarte la barba y encima me venís con Alemania que nos sacó del Mundial...”
“...esto es peor que el muro de Berlín. Al pulpo vidente lo quiere todo el mundo para hacer pulpo a la gallega”, le contesto “¿sabés por qué es el pulpo vidente?”
“¡Más vale! Porque acertó los resultados de todos los partidos...”
“...no porque es un pulpo que tiene el tridente de satanás, pero con dos dientes, o sea bi-dente...”
“...¡Pero qué ganas de cortarte la barba que tenés!”, y se abocó a atender al señor pelirrojo. “¿Te hago como siempre?”, le preguntó mientras le colocaba una tira de papel especial alrededor del cuello.
“Sí, pero esta vez dejame más largo arriba y el resto a máquina.”
“O sea que te dejo más volumen acá”, y le acarició la parte superior del cabello, “y lo demás lo hacemos con máquina.”
“Así es.”
“Okay”. Y el Pacha sacó una tijerita con dientes del estuche esterilizador.
“A mí me vas a tener que cortar la lengua, porque la tengo muy larga...” le dije.
“...ya me di cuenta.” Y continuó, mientras yo, aburrido por la espera, dejo el libro y me acerco a la vidriera. Veo una coupé cuatro puertas estacionada, último modelo. Y pienso para mis adentros: “este rata se corta a máquina, pero seguro que se va en ese coche.” Entonces aparece un chico y le dice: “¿cómo andás fierita? ¿tenés para mucho?”
“Mirá ahora ya cierro la cortina y me voy para casa porque ya a esta edad la carrocería no da más... venite el martes que hay menos gente...”
“Bueno paso la otra semana.. ¡chau Pacha!”
“chau flaco...andá por la sombra.” Luego le dijo al pelirrojo: “¿qué tal vos? ¿todo bien? ¿Tu jermu?”
“todo bien.. tranqui por ahora.”
“Ha, espérate un cachito que me pongo los guantes de boxeador y cierro el kiosco...” Y me mira fijo: “ y a vos te voy a dar un piñón...”
“...¡Qué miedo!”
El peluquero se coloca un par de guantes de descarne y baja la persiana dejando en hueco de la puerta libre. “¿No me ponés el gancho?...”
“...Primero me vas a dar un cross de derecha, yo te doy un gancho de izquierda... ¿Dónde carajo está Willian Bu de árbitro?...”
“...ahora pará la moto que lo tengo al colorado chupando frío...” y tomó la maquinita de cortar el pelo y lo rasuró con mucha prolijidad. Acabó su tarea en tiempo récord. “¿Qué tal el trabajo? El otro día vino tu viejo y me contó que la empresa anda bien...”
“Sí, lo único que se paró un poco la venta... no hay un mango en la calle.”
“Y sí”.
Inesperadamente, el pelirrojo le preguntó: “¿nunca te pasó que le cortaste la oreja a alguien?”
“A mí no... pero vos sabés que en la otra cuadra, allá para el lado del bajo, hay una peluquería de barrio como ésta... y el viejo hace más de ochocientos años que corta, y ya está viejito y no ve muy bien. Y un buen día a uno le achuró el lóbulo derecho... ¡No sabés la sangre que le salió! ¡Pobre tipo!... pero lo peor de toda la historieta es que el cliente, con la oreja chorreando sangre, lo tuvo que consolar al viejo que se impresionó tanto, que le bajó la presión hasta el piso... y, se ve que le chingó, no ve bien, y no se quiere jubilar... y al final tuvieron que subirse los dos a la ambulancia... a uno le dieron cuarenta puntos, y al otro lo llevaron a unidad coronaria para ver cómo andaba el bobo...”
“...¡Qué miedo!” dije, “primero me baja la cortina, o sea que me paso todo el fin de semana acá adentro y luego paso yo y me corta la oreja y termino como van Gogh, escuchando como música funcional al conjunto español que se pusieron ese nombre, en honor al gran pintor holandés...”
“...No me hables de Holanda que salieron segundos en el campeonato...”
“...Y los gayegosh eshtán contentosh porque salieron campeonesh... y al final se juntaron la Princesa Máxima Sorreigueta con la Reina de Eshpaña, y todo quedó entre la nobleza europea de sangre azul...”
“...dale dejá de hablar que te toca a vos... ¡Pero qué ganas de cortarte la barba!” El pelirrojo le pagó con un billete de cien, y cuando el Pacha le dio el vuelto, le dijo, “no te vayas a olvidar eso que sale un huevo y la mitad del otro...”
“...no, por eso la dejé acá, cerca mío.” Y dicho y echo, el hombre tomó el maletín, sacó las llaves del auto y se fue en la coupé, confirmando así mi teoría. Y seguí pensando -porque si lo decía en voz alta, el Pacha me iba a surtir -pero en serio: “no sé que estoy haciendo acá, en esta peluquería de medio pelo.”





Dado en Florida Este, el martes 13 de julio de 2010.
“No te cases ni te embarques”. Pero, podrías considerar la posibilidad de casarte en la capilla del “Titanic.”

Para Concurso

¡Feliz Navidad Ingeniero!

Por Ariel von Kleist


“Una venta es una decisión que
toma el vendedor con
la que el cliente está de acuerdo”
(Baret & Sa)


Vivía contando todo. El día anterior su esposa y la otra, que por supuesto trabajaban en oficinas separadas, le dijeron: “¡Cállese la boca Ingeniero! ¿ Por qué no se va a casa a armar el arbolito de Navidad?... de paso me cuida a mis nietos y a los de esta bruja pervertida y corrupta”. Debo confesarte, querido lector, que cómo hacen para convivir en paz los tres en la misma empresa, ni siquiera Dios lo sabe. Pero no importa...
El señor Kirzner se había desayunado con un vaso colmado de Güisqui, y las estupideces que estaba diciendo colmaron la paciencia de sus mujeres.
En la víspera de la Navidad, sentado en un cómodo sillón de odontólogo que, equivocadamente el cadete compró para su despacho, reunió a todos sus nietos y les dijo: “Esta misma noche, cuando las tres agujas del reloj de péndulo pasen por las doce, vendrá Papanuel con el deshollinador a traerles muchos regalos...” Los infantes rieron: “Mentira abuelo” le dijo Josesito... “Si donde había una chimenea pusiste un tiro balanceado” . El más pequeño, Juan gritó: “¡Quero una pistola para empezar a los tiros!” Y la más ubicada, Agustina, explicó: “Abu... contáles a los nenes que yo ya no creo en Santa Claus.” El Ingeniero se puso colorado, y encima, con la barba canosa, parecía una mezcla de Papá Noel con el Patriarca de los pájaros. Quiso cambiar de tema: “Había una vez una vaca en la quebrada de Humahuaca...” “¡Huácala!”, rieron los chicos a corito. Fue entonces que sonó el timbre. “Sonamos”, pensó el viejo. Fue a atender la puerta. Era el cadete. “Ingeniero, usted me dijo que pagaba el pedido de la juguetería con American Express, pero su esposa me dice que me firme un cheque al portador y encima su secretaria le gritó y me mandó a buscar la Martescard Gold... ¿Qué hago?” Los chicos, que escucharon todo se desternillaron de risa. “¡El papel del pavo!” Y el viejo le cerró la puerta en la cara.






Uriel Urs von Balthasar

Drama espantosiento

El consultorio del doctor

Por Ariel von Kleist

Dedicado a Elsa Bernales



Nunca había sido de su agrado. Ese lugar espantoso, parecido a una celda, sita en la torre de un castillo embrujado. Pero no, tan solamente era el recinto de la sala de espera del médico. Como había quedado viuda y sin hijos, hace cuarenta años, tenía esa obra social que le beneficiaba hasta cierto punto. El lugar estaba custodiado en la entrada del palier, por las estatuas de mármol de carrara, que ella calificó desde la primera vez, con los nombre de Apolo y Palas Atenea. Esas dos esculturas tan pulcras, le venían como anillo al dedo para bautizarlas como le plugo. Esa era la parte agradable. Pero el interior de la casa señorial, donde estaba el consultorio, le resultaba demasiado victoriana, de un barroquismo excesivo.
Esa tarde de abril era particularmente extraña. Sentada sobre un incómodo sillón labrado en madera de roble, tenía que sufrir un “calor de enero”. Las persianas de las ventanas, cerradas, daban paso a un aire caliente, que arrojaba un ventilador de techo. Una mesita ratona ovalada, sostenía a un halcón gris, con los ojos bien abiertos como “el dos de oro”. La puerta del consultorio estaba custodiada por el busto de un centurión romano, gigante. Y, sobre las paredes, cuadros con monocopias de ambientes del siglo XIX. ¡Definitivamente repugnante!
Ella escuchaba la voz del médico a través de las puertas de madera y vitraux. Una voz gruesa como la de un bajo barítono. Pero lamentablemente se descompuso. No podía con su dolor y ni siquiera aguantar el calor. Ya había perdido la paciencia. El dolor se hizo agudo. Le hubo parecido que pedía axulio: “¡Doctor!”. Pero estaba confundida. Se le nublo la vista... Cuando, finalmente despertó, se encontró recostada en una camilla. Era el consultorio propiamente dicho. El médico la miró impávido y le dijo: “mi estimada señora Angélica Chrischtalagger... es mi deber informarle que esta misma tarde la someteré al penetrante filo del bisturí que se deslizará tajante y preciso por sus entrañas delicadamente comprometidas”.




Firmado bajo el pseudónimo de Soledad de la Rosa.

miércoles, 31 de marzo de 2010

incompleto

Cuento infantil para infantes

El cuentito de Diego y el León

Por el tío Ariel



Había una vez un diego que se llamaba León y un león que se llamaba Diego.

El niño Diego era un León y era el rey de la selva. Su papá Adrián era “el Rey del mundo”.

El León Diego era un niño y era el sobrino del tío Ariel.

“¿Cómo había que hacer para que Diego sea un niño y León un animalito?”, se preguntó el tío Ariel. Pensó un rato largo. Y dijo: “ya sé... le voy a preguntar a la bruja, granuja y Silvanuja de Silvana”.

La bruja Silvanuja vivía en una cueva de terror.

El tío Ariel le mandó un e-mail. Y la bruja Silvanuja le contestó: “chist”. Luego, agarró la escoba y salió volando por la ventana. Fue a pedirles a las Hadas, Lucila y Celeste, la “Varita mágica”. Con la varita mágica dijo las palabras mágicas: “Abracadabra, pata de Cabra”.

Y finalmente el León se convirtió en el rey de la selva. Pero, lamentablemente, Diego se fue corriendo con su mamá Leticia, porque el León se quería comer al niño, de postre.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.



Dedicado a Diego León, en Florida Este,
el 19 de agosto de 2009, día de su nacimiento.

lunes, 29 de marzo de 2010

espadas