lunes, 26 de julio de 2010

Para pensar en Siglos

-->

El Carro de Heno

Juntos marcharon por esa calle, que ahora estaba vacía. Tierra polvorienta de casas bajas y mugrientas. Ernesto le dijo a su esposa: “no mires atrás, no sea que te suceda lo que a la mujer de Lot”. Griselda se detuvo y lo miró fijamente. Pensó un momento antes de preguntarle a su marido: “¿Y... qué le sucedió?” “Se convirtió en poste de sal”, fue una respuesta seca. Pero ella no pudo con su alma y miró de reojo atrás, tratando que no lo advierta su esposo lleno de años y sabiduría inigualable. Y lo que vio la sorprendió. Un carro de heno que arrastraba todo a su paso. Volvió la cabeza hacia delante y apuró el paso. Quería correr lo más rápido que su cuerpo podía responder. Pero Ernesto la sujetó del brazo. “Este pueblo fantasma tiene secretos que tan solamente yo he podido percibir con claridad”... hizo una pausa y continuó hablando con la tranquilidad pasmosa que lo caracterizaba: “El Bosco no era ni ciego, ni sordo, ni mudo...” “Entonces, ¿vamos a morir?”
Ernesto soltó una bocanada de aire polvoroso. Dijo: “¡Irremediablemente!” “Pero, lo único que hice fue reojear para atrás...” “...lo suficiente como para que la profecía, que mal interpretada puede ser, pero que se hace realidad en este preciso momento”. Griselda se puso pálida, lo que denotaba su perturbación ante la visión y ante las palabras apocalípticas que escuchaba. “Me da mucho miedo...” “...lo hubieras pensado antes... yo te lo advertí, esposa mía, paloma mía...” Griselda ya no caminaba por la calle desierta, pero por otros motivos. Sus piernas estaban rígidas; sus brazos se contracturaron; no tenía hálito de vida.
Ernesto le pasó el dedo por la mejilla y probó la solución salina que se desprendió sin dificultad. “Todo se ha consumado...” Caminó hacia la esquina y el Carro de Heno lo arrebató sin misericordia de la calle vacía.

Uriel van Ruyssbroeck

No hay comentarios: