lunes, 26 de julio de 2010

Drama espantosiento

El consultorio del doctor

Por Ariel von Kleist

Dedicado a Elsa Bernales



Nunca había sido de su agrado. Ese lugar espantoso, parecido a una celda, sita en la torre de un castillo embrujado. Pero no, tan solamente era el recinto de la sala de espera del médico. Como había quedado viuda y sin hijos, hace cuarenta años, tenía esa obra social que le beneficiaba hasta cierto punto. El lugar estaba custodiado en la entrada del palier, por las estatuas de mármol de carrara, que ella calificó desde la primera vez, con los nombre de Apolo y Palas Atenea. Esas dos esculturas tan pulcras, le venían como anillo al dedo para bautizarlas como le plugo. Esa era la parte agradable. Pero el interior de la casa señorial, donde estaba el consultorio, le resultaba demasiado victoriana, de un barroquismo excesivo.
Esa tarde de abril era particularmente extraña. Sentada sobre un incómodo sillón labrado en madera de roble, tenía que sufrir un “calor de enero”. Las persianas de las ventanas, cerradas, daban paso a un aire caliente, que arrojaba un ventilador de techo. Una mesita ratona ovalada, sostenía a un halcón gris, con los ojos bien abiertos como “el dos de oro”. La puerta del consultorio estaba custodiada por el busto de un centurión romano, gigante. Y, sobre las paredes, cuadros con monocopias de ambientes del siglo XIX. ¡Definitivamente repugnante!
Ella escuchaba la voz del médico a través de las puertas de madera y vitraux. Una voz gruesa como la de un bajo barítono. Pero lamentablemente se descompuso. No podía con su dolor y ni siquiera aguantar el calor. Ya había perdido la paciencia. El dolor se hizo agudo. Le hubo parecido que pedía axulio: “¡Doctor!”. Pero estaba confundida. Se le nublo la vista... Cuando, finalmente despertó, se encontró recostada en una camilla. Era el consultorio propiamente dicho. El médico la miró impávido y le dijo: “mi estimada señora Angélica Chrischtalagger... es mi deber informarle que esta misma tarde la someteré al penetrante filo del bisturí que se deslizará tajante y preciso por sus entrañas delicadamente comprometidas”.




Firmado bajo el pseudónimo de Soledad de la Rosa.

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