miércoles, 21 de agosto de 2013

Verdor


Paisaje con Árboles Verdes


(Cuarto ejemplar del 10 de agosto de 2013.
Refundición, continuación y conclusión)


por Ariel von Kleist




Capitulito 1



“Que la bendición de Dios
vaya contigo y
con los que transforman
el mal en bien,
los enemigos en amigos”
(William Shakespeare, Macbeth)



Marcia se paseaba por el corredor de la suntuosa y amplia mansión parisina. Mientras tanto, en el salón, se enfriaba su taza de té a medio tomar. Al asomarse a una pequeña ventana ovalada, que daba a la parte oriental del bien cortado jardín, vio la agitación de las copas de los árboles vedes cubiertos de nieve. El viento no atenuaba su fuerza.
Entonces Marcia apretó sus labios con expresión melancólica. Su rostro blanco como el papel satinado, estaba surcado por cejas muy finas y arqueadas sobre unos ojos bien redondeados de color verde. De boca y nariz pequeñas, sus mejillas estaban maquilladas ligeramente por una pincelada de rubor tierra de siena. Tenía puesto un vestido de noche color púrpura de espalda descubierta, con guantes de seda al tono que le cubría hasta el antebrazo y, portaba unos pendientes de plata recargados. Su cabello negro azabache, estaba sujetado por detrás, en un rodete rematado por una varilla de madera cuneiforme. Su amigo Guillaume siempre se divertía diciéndole que “se ponía agujas de tejer en la cabeza”, lo cual a ella no le causaba la menor gracia. En una ocasión, se le ocurrió contestarle: “me tejí el peinado”. Y esa cuota de humor espontáneo, hizo soltar una carcajada estridente a su gracioso amigo.
Se dirigió nuevamente hasta el juego de porcelana inglesa, haciendo rozar el ruedo de su vestido de lino en el suelo de madera craquelado.
    Dos horas después llegó Guillaume Postel. Le habían puesto el mismo nombre que al utopista, confesor de Johanna o Madre Suana, en el siglo XVI. Era un hombre alto, de proporciones equilibradas, con barba algo canosa, que dejaba entrever algunos cabellos rubios y algunas canas. De ojos azulados y nariz aguileña. Vestía de negro, salvo el cuello de encaje blanco de su camisa. Se quitó el sombrero y se sentó frente a ella en el acostumbrado sillón tapizado de brocado dorado.
-Querida, ¡hace mucho frío allí fuera! Por poco se me hielan las piernas-. Y sorbió su café con canela.
-Estoy muy preocupada-.
-¿Otra vez?- Y resopló.
Ella miró hacia el costado, como si quisiera darle la espalda. Apoyó sus manos enguantadas sobre las rodillas y se levantó lentamente. Seguía viendo hacia el mismo lado, pero sin prestar atención a lo que tenía ante sus ojos.
-Le escribiré- dijo suavemente.
-Otra carta que no tendrá respuesta- contestó irónicamente Guillaume.
-Insistiré- respondió.
-¿Y entonces qué?
-El origen significa autenticidad: “Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano”. Mi Edward tal vez sea demasiado mundano para ser mío. Mi Edward es demasiado humano para el género de mi condición de Condesa. Soy como una participación de ese proyecto. A duras penas le abro a veces mi corazón. Quisiera que brotaran de mis ojos amargas lágrimas de arrepentimiento. Una furtiva lácrima.- dijo pausadamente Marcia.
-Se ve que estás muy conturbada.
-Pero parece que no desearía curarme. La noche me envuelve como un manto y yo me refugio en ella. Mi familia entorpece mi relación con Edward. Les veo demasiado aburguesados como para que puedan comprenderme. Creen que tengo que casarme con un príncipe, pero no es así.
-Te entiendo, continúa.
-Y a mí misma...me veo demasiado vanidosa y orgullosa para poder contenerme dentro de mí, ¿tan malo es el derramarse sobre otras personas? Ya no lo creo tanto- Meditó esto con voz ligera, pero lo suficientemente audible, para confiarle los secretos de su corazón a su entrañable amigo.
-Me parece que son suposiciones tuyas- terció Guillaume.
-No puedo olvidar cuando le dije “para que haya una relación entre nosotros necesito lo inquietante del hombre. Salir a buscar otras vidas que provienen cada una de su mundo. Provenimos de mundos totalmente diferentes”. ¡Y se lo dije seriamente!... Y Edward rió divertido, como tú, ahora-.
Guillaume reía, realmente. Luego tosió como para ponerse serio y dijo –Tal vez debieras dejar tus clases de filosofía con el profesor von Kleist. Ese viejo recalcitrante te hace ver volar pajaritos de colores en la cabeza-.
-Tú otra vez con ese tema de la filosofía. Te he dicho mil millones de veces que es un problema mío y del Licenciado von Kleist-. Prosiguió, esta vez dándole la espalda con un ademán. –Cuando yo muera el terrible Phatos de mi existencia coronará esta victoria. Pero será una derrota para él.
-Y tu confianza en tu Edwardtito será una derrota para ti.
Entonces entró al recinto Alfred, el mayordomo y anunció: –Sir Edward Mc´ Allister, lady Anderson.
-¿Cómo, ahora?- Replicó sorprendida Marcia.
-Ha llegado al fin-dijo Guillaume.
Marcia se dirigió a la puerta y salió del salón. Bajó las escaleras sin asirse de la balaustrada de mármol de Carrara. -¿Ah cuándo llegará el momento?- dijo para sí.
El mayordomo estaba en el palier junto a un muchacho hermoso. De cabello rubio y una barba muy bien cortada. Era de mediana estatura y manos grandes y piel muy blanca. Traía una manzana Romey entre ellas. Marcia sonrió con el rostro iluminado.
-Gracias, Alfred.
-No hay por qué my Lady- y el mayordomo se retiró por una puerta pequeña lateral.
-Marcia, my Darling- Edward avanzó unos pasos y abrió sus brazos.
-¡Por fin! Sabía que vendrías a visitarme. ¡Estaba tan segura!- Y lo besó en ambas mejillas, pero inmediatamente se apartó de él.
-Bueno niños, yo los dejos tranquilitos- dijo Guillaume. –Me voy a hablar de negocios con Lord Burton. Es un tema muy aburrido. Por eso no los invito a que me acompañen. Pero sería bueno a veces mezclar los negocios con el placer-. Mientras lo decía, movía los dedos índices y medio, para significar las comillas.
-¡No seas cínico!- le espetó Marcia.
-No te pongas así por una broma. Estás muy nerviosa- le tendió la mano a Edward- ¿Cómo está usted, señor Mc´Allister? Hace mucho que no se lo ve por París-.
-Muy bien, gracias-.
-¿No era que te ibas?- Marcia se estaba impacientándose.
-¡Ay, qué mujer insufrible! ¿Cómo hace para tolerarla? Ah, claro, como hace mucho tiempo que no...-
-¡Fuera de aquí!- gritó Marcia.
Y, Guillaume, calzándose su sombrero de copa, se retiró por la puerta principal, dejándolos.












Capitulito 2





“Con ronco murmullo
lloran ante mis lágrimas,
arroyos y manantiales”.
(Händel, Aria de Contratenor)



Marcia dijo –mejor será que vayamos a la biblioteca-.
-Es una buena idea- respondió Edward. –Allí estaremos más cómodos.
-La comodidad puede resultar una molestia horrorosa-
-¿Por qué?- Se arrepintió de haber dicho eso. -No importa, te sigo-.
-¿Quieres algo de beber?
-Lo que tengas a mano.
-¿Está bien una copita de ron?
-Perfectamente.
Marcia hizo sonar una campanilla. Apareció una criada encomendó una botella de ron con dos copas.
Edward era un hombre de mediana edad. Un tanto desgarbado de mejillas pecosas. Tenía una forma rara de caminar. Sus cejas eran espesas y casi se juntaban una con la otra. Cuando hablaba se movían dando una expresión de lamento.
-Mucho tiempo en el exilio debe haberte sido muy molesto- murmuró Marcia.
-No tanto- sonrió Edward.
-Mi cruz es, o mejor mi Calvario, es como notas de un sonido más bien plagado de disonancias o discordancias y algún clúster. Se infiltran en mi mente y me siento como que estoy en carne viva. ¡Oh Edward! ¿Qué te he hecho mi Edward, que te he hecho? Hay mucho ruido en mi interior. El cansancio de tu espera angustiosa me deja unos momentos en estado de vigilia. ¿Por qué te he ofendido amor mío? Pero ¿por qué me quejo de viejas rencillas si la culpable soy yo?- musitó así su soliloquio, Marcia.
-Pero no te mortifiques tanto, mi vida.
Luego entró la criada con una bandeja de plata. La dejó sobre una mesita ratona.-Si necesitan algo más no tienen más que llamar.
-Gracias Celina.
Marcia continuó hablando: -No me mortifiqué tanto en lo material como sí mucho más en lo espiritual. ¡Cuánta expectativa para que todo acabe en un cielo sin nubes. Un cielo azul profundo... como tus ojos, en los que me veo reflejada. Y de noche, una estrella brillante. Como mi diadema- hizo una pausa- la que te entregaré a ti en su momento-. Se sentaron. Hasta entonces el inicio de la conversación había sido de pie.
La biblioteca era amplia. Atestada de libros, algunos abiertos por la mitad, con rollos de mapas de rutas marítimas. Detrás del gran sillón de cuero marrón, una obra del pintor inglés Turner. Un buque cerca de una costa, con un amplio cielo cargado de nubes, densas. El clima del cuadro se correspondía con el clima de la conversación que se estaba generando.
-Cuéntame de tu viaje a Londres. Allí está siempre nublado o lluvioso.
-¡Londres, Londres!- él se sorprendió grandemente e hizo un gesto de brusquedad que dejó entrever lo aparentemente hosco de su persona. Dijo- Es mejor el camino de regreso. Ante una suerte dudosa en infausta, llorarás, oh mujer, tu destino. Fino acontecer de un sendero boscoso. Un prado extenso, como el desierto en que te veo sumida, pero esmaltado de flores amarillas y turquesas y violetas. Altos árboles verdes en cuyas frondas se oye el cántico de los pájaros...
-¡Cantos de júbilo!- rió por fin Marcia.
-Los árboles verdes se agitaban al paso del viento, de aliento frío. Así lo imaginé, y qué sensible me sentí imaginándote a ti con los brazos abiertos, como yo abrí los míos luego de meses de no verte, en este, nuestro encuentro crucial- comentó Edward.
-Pero recordarás que te dije: “te dejo, estoy cansada y me voy a casa”- continuó Marcia –Y me iba a dormir, no como mi amiga la Duquesa Elsa, que duerme como un lirón, sino como la mandrágora o la gárgola de la Catedral de Westminster; que deja de parlotear, y se ubica en el centro del extramuros, cerca del Portal del Rosario.
-Demasiada parafernalia para querer justificar lo injustificable-.
-No sé de qué estás hablando…
-…Es verdad lo sabes.
-¿Qué se supone que tengo que saber?
Edward respiró hondo.-la respuesta a tus cartas.
-Pero ni siquiera has escrito una sola línea- objetó Marcia.
-Es una mala costumbre que tengo… ni siquiera respondo el correo de mi madre.
Y el reloj de péndulo dio las siete campanadas de rigor. Hubo un silencio mortecino.




Capitulito 3



“Con la clase y la opulencia
en vano han querido
 engañarme fácilmente.”
(La Hija del Regimiento
Gaetano Donisetti)





-La vuelta a lo cotidiano tiene su encanto natural. La afirmación de palpar los objetos sensibles y descubrir un mundo. La vida que se abre en cada minuto. Y se avanza en el tiempo y en el espacio. Y se recorre un camino intransitable para otros. Lo normal no da su razón de ser aquí. Lo ínfimo se convierte en infinito...-
-Eso, me lo has escrito en la carta cuarta- sentenció Edward.
-es momento de una taza de té- se puso de pie Marcia y llamó nuevamente a Celina. Le indicó las instrucciones para el servicio: -disfrutémoslo, que nos quedan muchos momentos más para compartir.
-Yo no estaría tan seguro-y Edward comenzó a comerse su manzana.
A los diez minutos entró la criada con la bandeja esta vez de té. Marcia la tomó en sus manos y se puso a servir la mesa. La infusión exhaló un suave perfume a jazmín.
-« Je ne concois les choses inconnues ou confúsement connues que de la manière de celles qui nous sont distinctemete connues »-.
-Es una cita de Leibniz- reconoció Edward. –Está en la octava y penúltima carta-.
-Ya que te sabes todas mis cartas de memoria, no podrás obviar la propuesta que te hice. Si respondes con un sí, tendrás el título de Conde, si es un no, entonces me romperás el corazón y será una declaración abierta de guerra-
Subió el tono de voz -¿Qué respondes?-
Edward la miró fijamente a los ojos. Tardó un poco en decir:-¡Guerra! Cambió un poco la inflexión de su voz.
Marcia se quedó aun de pie. Se sentó despacio. Miró al costado.
-Y.. no necesito agregar que me marcho esta misma noche- agregó –Tomaré un barco y partiré a América.
-América... te puedes llevar ese libro azul. Ese recién comprado y aún no lo he leído. Lo podrás ubicar en el estante cuarto. América, que recientemente fue publicado por Franz Kafka.
-Así que el autor checoslovaco sigue escribiéndose con Milena-.
-Es su traductora del alemán al checo. ¿Qué más quieres? “Tradutore Traditore”-
-¿Así que soy ahora un traidor?-
-Tómalo como quieras. Y hablando de querer, ¿qué más quieres?
-El estilete florentino que perteneció al Cardenal Sforza. Y un salvoconducto para llegar a Nueva York-.
-La daga te la puedes llevar. Pero me abstengo de lo otro. Si mueres como un perro, no puedo llorar. ¿Me darás el último beso?-
-Por supuesto. A pesar de todo tu malestar, sigo siendo un caballero...sigo teniendo dignidad- y la besó en la boca.
-Alfred, muéstrale a Sir Mc´Allister la salida-. Y salieron los dos de la biblioteca uno a la derecha, y la otra hacia la izquierda. –Esto es sólo el comienzo...- y Marcia dio por finalizada la conversación.


Florida Este, 10 de agosto de 2013.

sábado, 13 de julio de 2013

Sobre algo



Sobre algo


Un buen día, como artista plástico que soy, se me ocurrió la idea de hacer algo conceptual. Tomé un sobre, le puse la estampilla y en el anverso escribí: “Sobre algo”. Luego lo di vuelta y en el lugar del remitente redacté: “ábreme”.
    Al abrirlo, el destinatario de la carta se encontraba con un papel que dice: “algo”. Sobre algo: el asunto y el sobre; y el algo que es el concepto implícito, que no se especifica.
    Cuando se lo dí a la Dra. Rally me contestó: -Nunca había recibido un regalo como éste-. Y nos reímos mucho.

Ariel von Kleist, xiii

viernes, 12 de julio de 2013

Aqua



El mensaje en el agua

Por Ariel von Kleist


En los tiempos inmemorables una botella fue arrojada al mar. Contenía una oración de magia cuyo texto era desconocido, porque se pedía privacidad sobre el mismo, ya que el druida era muy estricto con el ritual.
    El mensaje en el agua fue a parar a manos anónimas. Ya nada podía saberse. Ya nada podía creerse. Lo que vi en el agua o lo que el agua me dio: el eclecticismo, algo tan fluctuante como las ondas del mar.
    El mar estaba embravecido. El texto estaba establecido. No es posible su retorno al lugar de origen. –Se sabe que hay una sabiduría secreta, pero no se la conoce, por eso se la supone extraordinariamente profunda –me dijo el gurú.
    Et in Arcadia ego. En horas nocturnas podía apreciarse la dispersión del maestro. Luego del reposo, cuando las aguas se aquietaban, él se internó en el silencio. Fue adentrándose cada vez más hasta que el agua lo tragó, cual si un bebedor se toma su vaso número mil. No dijo nada a nadie. Simplemente partió para siempre.


Martínez, 11 de julio de 2013

jueves, 4 de julio de 2013

Un cuento Azul


Cuento azul

Por Ariel von Kleist

A menudo me ha impresionado ese misterio profundo. Pero no basta con decir que sea profundo para poder contentarse con ello. El misterio se hubica donde la mirada, de una sola vez y para siempre, quisiera abarcar la belleza inigualable contenida en el encanto íntimo y, del mismo modo singular, de la naturaleza, que se me presenta ante los ojos. La misma visión no se cansaba, y deseaba a su vez, perderse en infinitas imágenes que penetraban en mi alma y de donde nacía la apertura del corazón hacia lo divino. Aquello que solamente podría ser atrapado en un cuadro; cuando el artista ejecutante se conforma tan sólo con preparar el modelo de la composición. Entonces es posible comprender esa chispa de la creación; del mismo modo que un científico puede asombrarse al ver, en la admirable pequeñez de la muestra que está bajo el microscopio, la estructura tan compleja de la partícula que se ha extraído para examinar e investigar.
   Como si tuviese una mirada penetrante, capaz de apreciar lo inmediato y, poder descomponerlo en partes y estas partes en partículas aún más minúsculas;  sería una forma de descomponer la naturaleza. Contemplar los dibujos de una rama de acacia, cual si una escritura extrañamente intencionada, hubiese cifrado allí algún enigmático mensaje. O si no, me preguntaba con la inquietud propia de la curiosidad; qué sería aquello de forma rara, que antes no lo había advertido y, que como no sabría cómo nombrar, simplemente no decía nada y me quedaba extasiada. Me inclinaba sobre una hoja seca de abedul, que fuera en otro lugar y tiempo, tierna y verde parte de este bosque donde gustaba de pasar las horas de la tarde, sentada a reflexionar de la mano de un libro de Hoffman, traída esta misma hoja por el viento, que no tenía dirección ni curso evidente. De la misma forma, observaba y penetraba con una intensa fijación de la vista, cual si pudiese rasgar el aire como lo hacían los rayos del sol esplendente de octubre, el abismal espacio del cielo. Estiraba la mano invisible del espíritu, y probaba la textura finísima de su celeste admirable; donde las aves me deleitaban con su vuelo. Y, paradójicamente, en el incordio de aquello palpable, escuchaba en el oído el sonido aturdidor de un insecto. Así es como un día me he sentido halagada de poder apreciar la grácil figura de una colorida mariposa emperador, que describía su danza a través de curvas que ningún geómetra podría tal vez calcular y trazar sobre el papel. Un John Nash se aventuraría a intentarlo. De la misma manera, quería creer que podría ser posible, albergar palabras de inmensa grandeza, sobre éste fenómeno de la naturaleza, que no terminaba de revelarse ante mis ojos cristalinos.
    El lugar de mi recreo espiritual, distaba mucho de la casa estilo suizo, serpenteada de senderos de polvo de ladrillo; pero como yo era joven no me cansaban las caminatas. Fue así que en una de ellas pude divisar a un jóven bebiendo de la fuente plateada. Estaba vestido de azul, sus ojos que me llamaron la atención, eran de un azul oscuro, (yo estaba acostumbrada de ver hombres de ojos celestes a lo sumo), cabellos rubios de oro que le caían como cascadas de agua pura. No quise acercarme. Sólo lo observaba. Él pareció notar que era observado a su vez, pero no se conturbó. Siguió bebiendo.
    Los días que se sucedieron lo volví a ver. Venía del norte y se detenía a beber de la fuente. Siempre llevaba una manzana deliciosa entre sus manos blancas y grandes, y la comía despacio, saboreándola. Ya sabía yo que mis recreos solitarios ahora estaban alterados por la presencia de ese muchacho. Retomé la escritura de mi diario, donde describía detalladamante cómo era mi Príncipe Azul. Creo que exageraba con las ponderaciones. Ese mes de octubre que nunca olvidaré fue extraordinariamente frío. Tuve que abrigarme con una chalina azul, que casualmente había tejido para mi abuela, quien había fallecido sin que pudirea dársela. Al ver al jóven sentía una gran agitación en el pecho. Confieso que estaba sintiendo algo por él, que no sabía describir.
    En noviembre ya no se presentó más. Simplemente no venía. Yo me hubicaba en el mirador de siempre y: nada. Estuve así por muchos días, sin saber nada, sin siquiera haber tenido la valentía de ir a cono cerlo. Dejé pasar la oportunidad ingenuamente. Quizás porque temiera que él me rechasase. O peor aún, ante el hecho incierto que me estrechara entre sus brazos, y me besara con los besos de su boca, y que con los besos de su boca dejase en mi boca su hálito a manzanas. “Reanimadme con manzanas, estoy enferma de amor” . En mi diario, la Nochebuena más triste de mi vida, redacté: “te amo muchacho azul, de quien ni siquiera sé tu nombre”.