sábado, 13 de julio de 2013

Sobre algo



Sobre algo


Un buen día, como artista plástico que soy, se me ocurrió la idea de hacer algo conceptual. Tomé un sobre, le puse la estampilla y en el anverso escribí: “Sobre algo”. Luego lo di vuelta y en el lugar del remitente redacté: “ábreme”.
    Al abrirlo, el destinatario de la carta se encontraba con un papel que dice: “algo”. Sobre algo: el asunto y el sobre; y el algo que es el concepto implícito, que no se especifica.
    Cuando se lo dí a la Dra. Rally me contestó: -Nunca había recibido un regalo como éste-. Y nos reímos mucho.

Ariel von Kleist, xiii

viernes, 12 de julio de 2013

Aqua



El mensaje en el agua

Por Ariel von Kleist


En los tiempos inmemorables una botella fue arrojada al mar. Contenía una oración de magia cuyo texto era desconocido, porque se pedía privacidad sobre el mismo, ya que el druida era muy estricto con el ritual.
    El mensaje en el agua fue a parar a manos anónimas. Ya nada podía saberse. Ya nada podía creerse. Lo que vi en el agua o lo que el agua me dio: el eclecticismo, algo tan fluctuante como las ondas del mar.
    El mar estaba embravecido. El texto estaba establecido. No es posible su retorno al lugar de origen. –Se sabe que hay una sabiduría secreta, pero no se la conoce, por eso se la supone extraordinariamente profunda –me dijo el gurú.
    Et in Arcadia ego. En horas nocturnas podía apreciarse la dispersión del maestro. Luego del reposo, cuando las aguas se aquietaban, él se internó en el silencio. Fue adentrándose cada vez más hasta que el agua lo tragó, cual si un bebedor se toma su vaso número mil. No dijo nada a nadie. Simplemente partió para siempre.


Martínez, 11 de julio de 2013

jueves, 4 de julio de 2013

Un cuento Azul


Cuento azul

Por Ariel von Kleist

A menudo me ha impresionado ese misterio profundo. Pero no basta con decir que sea profundo para poder contentarse con ello. El misterio se hubica donde la mirada, de una sola vez y para siempre, quisiera abarcar la belleza inigualable contenida en el encanto íntimo y, del mismo modo singular, de la naturaleza, que se me presenta ante los ojos. La misma visión no se cansaba, y deseaba a su vez, perderse en infinitas imágenes que penetraban en mi alma y de donde nacía la apertura del corazón hacia lo divino. Aquello que solamente podría ser atrapado en un cuadro; cuando el artista ejecutante se conforma tan sólo con preparar el modelo de la composición. Entonces es posible comprender esa chispa de la creación; del mismo modo que un científico puede asombrarse al ver, en la admirable pequeñez de la muestra que está bajo el microscopio, la estructura tan compleja de la partícula que se ha extraído para examinar e investigar.
   Como si tuviese una mirada penetrante, capaz de apreciar lo inmediato y, poder descomponerlo en partes y estas partes en partículas aún más minúsculas;  sería una forma de descomponer la naturaleza. Contemplar los dibujos de una rama de acacia, cual si una escritura extrañamente intencionada, hubiese cifrado allí algún enigmático mensaje. O si no, me preguntaba con la inquietud propia de la curiosidad; qué sería aquello de forma rara, que antes no lo había advertido y, que como no sabría cómo nombrar, simplemente no decía nada y me quedaba extasiada. Me inclinaba sobre una hoja seca de abedul, que fuera en otro lugar y tiempo, tierna y verde parte de este bosque donde gustaba de pasar las horas de la tarde, sentada a reflexionar de la mano de un libro de Hoffman, traída esta misma hoja por el viento, que no tenía dirección ni curso evidente. De la misma forma, observaba y penetraba con una intensa fijación de la vista, cual si pudiese rasgar el aire como lo hacían los rayos del sol esplendente de octubre, el abismal espacio del cielo. Estiraba la mano invisible del espíritu, y probaba la textura finísima de su celeste admirable; donde las aves me deleitaban con su vuelo. Y, paradójicamente, en el incordio de aquello palpable, escuchaba en el oído el sonido aturdidor de un insecto. Así es como un día me he sentido halagada de poder apreciar la grácil figura de una colorida mariposa emperador, que describía su danza a través de curvas que ningún geómetra podría tal vez calcular y trazar sobre el papel. Un John Nash se aventuraría a intentarlo. De la misma manera, quería creer que podría ser posible, albergar palabras de inmensa grandeza, sobre éste fenómeno de la naturaleza, que no terminaba de revelarse ante mis ojos cristalinos.
    El lugar de mi recreo espiritual, distaba mucho de la casa estilo suizo, serpenteada de senderos de polvo de ladrillo; pero como yo era joven no me cansaban las caminatas. Fue así que en una de ellas pude divisar a un jóven bebiendo de la fuente plateada. Estaba vestido de azul, sus ojos que me llamaron la atención, eran de un azul oscuro, (yo estaba acostumbrada de ver hombres de ojos celestes a lo sumo), cabellos rubios de oro que le caían como cascadas de agua pura. No quise acercarme. Sólo lo observaba. Él pareció notar que era observado a su vez, pero no se conturbó. Siguió bebiendo.
    Los días que se sucedieron lo volví a ver. Venía del norte y se detenía a beber de la fuente. Siempre llevaba una manzana deliciosa entre sus manos blancas y grandes, y la comía despacio, saboreándola. Ya sabía yo que mis recreos solitarios ahora estaban alterados por la presencia de ese muchacho. Retomé la escritura de mi diario, donde describía detalladamante cómo era mi Príncipe Azul. Creo que exageraba con las ponderaciones. Ese mes de octubre que nunca olvidaré fue extraordinariamente frío. Tuve que abrigarme con una chalina azul, que casualmente había tejido para mi abuela, quien había fallecido sin que pudirea dársela. Al ver al jóven sentía una gran agitación en el pecho. Confieso que estaba sintiendo algo por él, que no sabía describir.
    En noviembre ya no se presentó más. Simplemente no venía. Yo me hubicaba en el mirador de siempre y: nada. Estuve así por muchos días, sin saber nada, sin siquiera haber tenido la valentía de ir a cono cerlo. Dejé pasar la oportunidad ingenuamente. Quizás porque temiera que él me rechasase. O peor aún, ante el hecho incierto que me estrechara entre sus brazos, y me besara con los besos de su boca, y que con los besos de su boca dejase en mi boca su hálito a manzanas. “Reanimadme con manzanas, estoy enferma de amor” . En mi diario, la Nochebuena más triste de mi vida, redacté: “te amo muchacho azul, de quien ni siquiera sé tu nombre”.