viernes, 31 de octubre de 2008

PAISAJE...

Paisaje con Árboles Verdes

(Tercer ejemplar del 31 de agosto de 2008.
Refundición, continuación y conclusión)

por Ariel Wackenroder



Capitulito 1



“Que la bendición de Dios vaya contigo y con los que transforman
el mal en bien, los enemigos en amigos”.
(William Shakespeare,
Macbeth)



Ivana se paseaba por el corredor de la amplia mansión. Mientras, en el salón, se enfriaba su taza de té a medio tomar. Al asomarse por una pequeña ventana ovalada, que daba a la parte oriental del bien cortado jardín, vio la agitación de las copas de los árboles. El viento no atenuaba su fuerza.
Entonces Ivana apretó sus labios con expresión melancólica. Su rostro blanco como el papel satinado, estaba surcado por cejas muy finas y arqueadas sobre unos ojos bien redondeados de color marrón. De boca y nariz pequeñas, sus mejillas estaban maquilladas ligeramente por una pincelada de rubor tierra de siena. Tenía puesto un vestido de noche color rojo tomate de espalda descubierta, con guantes de seda al tono que le cubría hasta el antebrazo y, portaba unos pendientes de plata recargados. Su cabello negro azabache, estaba sujetado por detrás, en un rodete rematado por una varilla de madera cuneiforme. Su amigo Guillaume siempre se divertía diciéndole que “se ponía agujas de tejer en la cabeza”, lo cual a ella no le causaba la menor gracia. En una ocasión, se le ocurrió contestarle: “me tejí el peinado”. Y esa cuota de humor espontáneo, hizo soltar una carcajada estridente a su gracioso compañero.
Se dirigió nuevamente hasta el juego de porcelana inglesa, haciendo rozar el ruedo de su vestido de lino en el suelo de madera craquelado.
Dos horas después llegó Guillaume Postel. Le habían puesto el mismo nombre que al utopista, confesor de Johanna o Madre Zuana, en el siglo XVI. Era un hombre alto, de proporciones equilibradas, con barba algo canosa, que dejaba entrever algunos cabellos azul oscuro. De ojos verdosos y nariz aguileña. Vestía de negro, salvo el cuello de encaje blanco de su camisa. Se quitó el sombrero y se sentó frente a ella en el acostumbrado sillón tapizado de brocato dorado.
-Querida, ¡ hace mucho frío allí fuera! Por poco se me hielan las piernas-. Y sorbió su caffe con canela.
-Estoy muy preocupada-.
-¿Otra vez?- Y resopló.
Ella miró hacia el costado, como si quisiera darle la espalda. Apoyó sus manos enguantadas sobre las rodillas y se levantó lentamente. Seguía viendo hacia el mismo lado, pero sin prestar atención a lo que tenía ante sus ojos.
-Le escribiré- dijo suavemente.
-Otra carta que no tendrá respuesta- contestó irónicamente Guillaume.
-Y insist...- Era común en Ivana mechar expresiones de otros idiomas en su conversación. Cuando hablaba sabía hacer sonar las palabras y combinar frases en latín, francés, ingles o alemán; pero se cuidaba muy bien de no realizar mezcolanza de lenguas.
-El origen significa autenticidad: autem vita. “Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano”. Meine Edward tal vez sea demasiado divino para ser mío. Meine Edward es demasiado humano para el género de mi condición de condesa. Soy como la participación de ese proyecto. A duras penas le abro a veces mi corazón. Quisiera que brotaran de mis ojos más lágrimas de arrepentimiento. Una furtiva lácrima... Pero parece que no desearía curarme. La noche me envuelve como un manto y yo me refugio en ella. Mi familia entorpece meine Edward´s passion. Les veo demasiado mundanos como para que puedan comprenderme. Y a mí misma...me veo demasiado vanidosa y orgullosa para poder contenerme dentro de mi misma.¿Tan malo es el derramarse sobre otras personas? Ya no lo creo tanto...- Meditó esto con voz ligera, pero lo suficientemente audible, para confiarle los secretos de su corazón a su entrañable amigo.
-Me parece que son suposiciones tuyas- terció Guillaume.
-No puedo olvidar cuando le dije “para que haya una relación entre nosotros necesito lo inquietante del hombre. Salir a buscar otras vidas que provienen cada una de su mundo. Provenimos de mundos totalmente diferentes”. ¡ Y se lo dije seriamente!... Und meine Edward rió divertido, como tú, ahora-.
Guillaume reía, realmente. Luego tosió como para ponerse serio y dijo –Tal vez debieras dejar tus clases de filosofía con el profesor von Kleist. Ese viejo recalcitrante te hace ver volar pajaritos de colores en la cabeza-.
-Du Falscher, suche nur den Herrn zu fallen - (Tú, falso tratas de perder al Señor)-. Prosiguió, esta vez dándole la espalda con un ademán. –Cuando yo muera el terrible Phatos de mi existencia coronará esta victoria. Pero será una derrota para él.
-Y tu confianza en tu Edwardtito será una derrota para ti-.
-Schweigth, er ist schon wirklich hier - (Callad, que ya ha llegado)-.
-¿Cómo, ahora?- Replicó sorprendido Guillaume.
Ivana se dirigió a la puerta y salió del salón y, bajó las escaleras sin asirse de la balaustrada de mármol de Carrara. –Ach, wann wird die Zeit erscheinen? – (¿Ah cuándo llegará el momento?)- dijo para sí.
El mayordomo estaba en el palier. Lo anunció. –Sir Edgard Mc. Allister, misis Anderson.
Ivana sonrió con el rostro iluminado.
-Danke, Alfred-.
-Bite- y se retiró por una puerta pequeña lateral.
-Ivi, my darling- Edgard avanzó unos pasos y abrió sus brazos.
-¡ Por fin! Sabía que vendrías a visitarme. ¡Estaba tan segura!- Y lo besó en ambas mejillas, pero inmediatamente se apartó de él.
-Bueno niños, yo los dejo tranquilitos- dijo Guillaume. –Me voy a hablar de negocios con Lord Burton. Es un tema muy aburrido. Por eso no los invito a que me acompañen. Pero sería “very good” mezclar los negocios con el placer-. Mientras lo decía, movía los dedos índice y medio, para significar las comillas.
-¡No seas cínico!- le espetó Ivana.
-No te pongas así por una broma. Estás muy nerviosa- le tendió la mano a Edgard- ¿Cómo está usted, mister Mc Allister? Hace mucho que no se lo ve por estos lares-.
-Muy bien, gracias-.
-¿No era que te ibas?-
-¡Ay, que mujer insufrible! ¿Cómo hace para tolerarla? Ah, claro, como hace mucho tiempo que no...-
-¡Get aut!- gritó Ivana.
Y, Guillaume, calzándose su sombrero de copa, se retiró por la puerta principal, dejándolos.




Capitulito 2





“Con ronco murmullo
lloran ante mis lágrimas,
arroyos y manantiales”.
(Händel, Aria de Contratenor)




Ivana dijo –mejor será que vayamos a la biblioteca-.
-Es una buena idea- respondió Edgard. –Allí estaremos más cómodos.
-La comodidad resulta una molestia horrorosa-
-¿Por qué?- Se arrepintió de haber dicho eso. -No importa, te sigo-.
Ivana hizo sonar una campanilla. Apareció una criada y le dio las instrucciones de servir el té a las cinco en punto.
Edgard era un hombre de mediana edad. Un tanto desgarbado, rubio, bigote tupido, ojos celestes y mejillas pecosas. Tenía una forma rara de caminar. Sus cejas eran espesas y casi se juntaban una con la otra. Cuando hablaba se movían dándole una expresión de lamento.
-Mucho tiempo en el exilio debe haberte sido muy molesto- murmuró Ivana.
-No tanto- sonrió Edgard.
-Mi cruz es, o mejor, son como notas de un sonido más bien plagado de disonancias o discordancias y algún cluster. Se infiltran en mi mente y me siento como que estoy en carne viva. ¡Oh Edward! ¿Qué te he hecho meine Edward, que te he hecho? Hay mucho ruido en mi interior. El cansancio de tu espera angustiosa me deja unos momentos en estado de vigilia. ¿Por qué te he ofendido amore mío? Pero ¿por qué me quejo de viejas rencillas si la culpable soy yo?- musitó así su soliloquio, Ivana.
-Pero no te mortifiques tanto, mi vida-.
-No me mortifiqué tanto en lo material como sí mucho más en lo mental. ¡Cuánta expectativa para que todo acabe en un cielo sin nubes. Un cielo azul profundo... como tus ojos, en los que me veo reflejada. Y de noche, una estrella brillante. Como mi diadema- hizo una pausa- la que te entregaré a ti en su momento-. Se sentaron. Hasta entonces el inicio de la conversación había sido de pie.
La biblioteca era amplia. Atestada de libros, algunos abiertos por la mitad, con rollos de mapas de rutas marítimas. Detrás del gran sillón de cuero marrón, una obra del pintor inglés Turner. Un buque cerca de una costa, con un amplio cielo cargado de nubes, densas. El clima del cuadro se correspondía con el clima de la conversación que se estaba generando.
-Cuéntame de tu viaje a Londres. Allí está siempre nublado o lluvioso.
-¡London!- él se sorprendió grandemente e hizo un gesto de brusquedad que dejó entrever lo aparentemente hosco de su persona. Dijo- I don’t know. Don’t go to London. Es mejor el camino de regreso. Ante una suerte dudosa en infausta, llorarás, oh mujer, tu destino. Fino acontecer de un sendero boscoso. Un prado extenso, como el desierto en que te veo, pero esmaltado de flores amarillas y turquesas. Altos árboles en cuyas frondas se oye el cántico de los pájaros...
-¡Canticorum jubilo!- rió por fin Ivana.
-Los árboles verdes se agitaban al paso del viento, de aliento frío. Así lo imaginé, y qué sensible me sentí imaginándote a ti con los brazos abiertos, como yo abrí los míos luego de meses de no verte, en este, nuestro encuentro crucial- comentó Edward.
-Pero recordarás que te dije: “te dejo, estoy cansada y me voy a casa”- continuó Ivana –Y me iba a dormir, no como mi amiga Elsa, que duerme como un lirón, sino como la mandrágora o la gárgola de la Catedral de Westminster; que deja de parlotear, y se ubica en el centro del extramuros, cerca del Portal del Rosario.
-Demasiada parafernalia para querer justificar lo injustificable-.






Capitulito 3



Con la clase y la opulencia
en vano han querido engañarme
fácilmente.
(La Hija del Regimiento
Gaetano Donisetti)





-La vuelta a lo cotidiano tiene su encanto natural. La afirmación de palpar los objetos sensibles y descubrir un mundo. La vida que se abre en cada minuto. Y se avanza en el tiempo y en el espacio. Y se recorre un camino intransitable para otros. Lo normal no da su razón de ser aquí. Lo ínfimo se convierte en infinito...-
-Eso, me lo has escrito en la carta cuarta- sentenció Edward. En ese preciso momento sonó el reloj de péndulo, dando las cinco. Y, con una sincronización coreográfica, entró la criada con el servicio completo del té.
-Is time of a cup of tea- se puso de pie Ivana y sugirió: -disfrutémoslo, que nos quedan muchos momentos más para compartir- y se puso a servir la mesa. La infusión exhaló un suave perfume a jazmín.
-« Je ne concois les choses inconnues ou confúsement connues que de la manière de celles qui nous sont distinctemete connues »-.
-Es una cita de Leibniz- reconoció Edward. –Está en la octava y penúltima carta-.
-Ya que te sabes todas mis cartas de memoria, no podrás obviar la propuesta que te hice. Si respondes con un sí, tendrás el título de Conde, si es un no, entonces será una declaración abierta de guerra-
Subió el tono de voz -¿Qué respondes?-
Edward la miró fijamente a los ojos. Tardó un poco en decir:-¡Guerra! Cambió un poco la inflexión de su voz.
Ivana se quedó aun de pie. Se sentó despacio. Miró al costado.
-Und... no necesito agregar que me marcho esta misma noche- agregó –Tomaré un barco y partiré a América.
-América... te puedes llevar ese libro azul. Ese recién comprado. Lo podrás ubicar en el estante sexto. América, que recientemente fue publicado por Franz Kafka.
-Así que el autor checo sigue escribiéndose con Milena-.
-Es su traductora al inglés. ¿Qué más quieres? “Tradutore Traditore”-
-¿Así que soy ahora un traidor?-
-Tómalo como quieras. Y hablando de querer, ¿qué más quieres?
-El estilete florentino que perteneció al Cardenal Sforza. Y un salvoconducto-.
-La daga te la puedes llevar. Pero me abstengo de lo otro. Si mueres como un perro, no puedo llorar. ¿Me darás el último beso?-
-Por supuesto. A pesar de todo tu malestar, sigo siendo un caballero...sigo teniendo dignidad- y la besó en la boca.
-Alfred, muéstrale a Sir Mc Allister la salida-. Y salieron los dos de la biblioteca uno a la derecha, y la otra hacia la izquierda. –Esto es sólo el comienzo...- e Ivana dio por finalizada la conversación.






final abierto

No hay comentarios: