martes, 12 de mayo de 2009

Meditaciones Metafísicas I

Meditaciones Vespertinas I.

Por Uriel Maeterlinkt



Quería escribir un cuento hermoso. En un día de primavera caluroso. Inusual para esta época del año la temperatura estival. El festival de lo paganamente final se viene preparando. Arropando la estela de voracidad, vertiginosidad. Ahora sé que puedo meditar con el solo hecho de pulsar los botones. Questiones disputate. Disparate es lo que sale de primera mano. El arte de saber bien decir acompaña este gesto de gestar un texto. Afecto hacia lo que no se puede poseer. Ser prudente en la contienda, a sabiendas que hay que sacar sabiduría después de tantos errores. Las historias no se repiten, y para que se logre la repetición en esta tierra impía, una arpía denuncia la renuncia a tomar el fruto prohibido. En esto quedo cohibido, en que reprimo la libido. En la sublimación del dolor interior se logra la afirmación de un ser superior. Mejor campaña emprendida en el lapso de un corto tiempo es el cortar con aquello que no ofrece resistencia aparente, pero que tiene una consistencia incoherente. Semejante ser no necesita sumar problemas a los que ya tiene. Desconocerá las causas y las razones, y somete al escritor en variaciones sobre un mismo tema. ¡Pero el tema es el amor! Expresado de esta manera es lugar común que el amor es moneda corriente, como el agua caliente es preferible a la fría, insípida Ilíada de los héroes, la Paideia. Comedia que se trastoca en tragedia porque escribo desde el dolor. Dolor punzante como amenazante es la condena, la pena y la última cena. Allí se denota la traición. La repetición, debe ser algo cubierto del velo del silencio, que se dice con muchas palabras que ensucian el discurso en su decurso. Es un buen recurso. Recurso idiomático al perseguir aquella vieja idea de tratar de hallar la lengua perfecta dentro de la cultura argentina. No quería tratarse de lunático al autor, al mentor, al escritor no precursor. Porque sería una auténtica locura pretender que Adán hablaba la lengua castellana. El primer hombre tenía una gran facilidad para nombrar los animales. Esta facilitación fue una virtud infusa, de lo contrario, Dios no podría haberle pedido que nombrase a sus creaturas buenas. Pero no halló la ayuda adecuada. Es éste el problema.


Dado en Florida Este, algún día de la primavera de 2008.-

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