viernes, 26 de junio de 2009

Estación Terminal

( por Ariel Kierkegaard)


“Zulema corría por los andenes de la Estación, sin notar que el tren ya había partido”. El Tren Bala se fue y Zulema no podía encontrar al amado de su alma. El viaje inaugural era de ida y vuelta. Por lo que a la salida de una formación le sucedía la llegada de otra. La Estación Terminal era un edificio de cristal, un edificio inteligente. Era amplia e iluminada por el sol que se filtraba a través de ventanas de vitraux estilo abstracto. Los colores se multiplicaban en la proyección del sol de mediodía. Predominaba el ámbar, el azul celeste y el amarillo.
El amado, que su corazón anhelaba, le había prometido que: “Aun- que la curiosidad atrayente de ese evento provocase un conglomerado de gente, igual iré a verte”. Zulema corría y se topaba con personas vestidas de fiesta. No oía nada. Era tal el tumulto, que no oía. Mas bien quería, deseaba verlo a él.
Una mano se posó sobre su hombro que la detuvo.
“Señora, ¿se encuentra bien?”
Zulema volvió a la realidad. Quería, necesitaba recobrar la calma.
“¿Quién es usted?” le preguntó.
“Soy del personal de seguridad del Tren Bala. ¿Busca a alguien en particular?”
“¿Cómo sabe eso?” respondió azorada.
“No es que lo sepa”, le sonrió el hombre, “el personal de La Estación Terminal del Tren Bala está preparado por cualquier contingencia... le noto muy nerviosa. ¿No quisiera pasar a la Sala de Espera para Señoras?”
“Por favor” y Zulema se fue tranquilizando.
“Es por aquí” le indicó el guarda. Y también, guiándose por los letreros en las pantallas de plasma, fue conducida al Lobby del Tren Bala.
La gente se aprestaba a tomar el próximo tren. Ya que ese día era el inaugural, y la facilidad de las velocidades lo permitían, la sincronía de los horarios admitía salidas menos espaciadas. Se sentó en un cómodo sillón de felpa rozado. Pensó: “Ricardo, ¿porqué me dejaste?” y una furtiva lágrima surcó su pómulo izquierdo.
De pronto se escuchó por el altoparlante: “Sra. Swartz, presentarse el boletería, repito; Sra. Swartz, presentarse en boletería”. Se sobresaltó. No esperaba que la nombrasen de esa manera. Y se inquietó como antes: “¡Es él, ha venido!”. Corrió hacia la boletería. Las cabinas eran herméticas. De vidrio blindado. Se sacaban los pasajes por una ranura, y se hablaba con los boleteros, a través de micrófonos incorporados bajo un pequeño ojo de buey. Uno de ellos le dijo con una voz ya deformada por la tecnología: “Sra. Swartz, pase por la puerta que está a su derecha, por favor”. Se abrió una puerta automática metalizada. Entró y vio un pequeño mostrador. Una secretaria que tecleaba una computadora le dijo: “¿Es usted Zulema Swartz?” “Así es”. Y la empleada, prolijamente uniformada de blanco, le extendió un paquete. “Hay una encomienda a su nombre”.
El siguiente Tren Bala partió velozmente. La secretaria le dijo: “Firme aquí por favor”, y le extendió un formulario. Zulema estaba tan confundida, que garabateó un gancho que nada tenía que ver con su verdadera firma. Tomó en sus manos una caja envuelta en papel ilustración con el logotipo del Tren Bala, un fabuloso tren aerodinámico en perspectiva, que parecía un misil en pleno vuelo. La abrió. Le temblaban las manos. Dentro encontró una rosa roja y una tarjetita que decía:

Mi amada:

como no pude llegar a tiempo,
te envío una flor.
Así se reunirán la rosa con La Rosa,

Ricardo.

Y Zulema lloró. Pero esta vez de alegría.

Dado en Florida Este, el 23 de junio de 2009, vísperas de
La noche de San Juan Bautista.

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