martes, 25 de agosto de 2009

Algo de Historia del arte especulativa

El Momento
(por Ariel von Kleist)


“En este mismo instante necesito conocer una historia”. “El saber otorga poder”, dijo el teórico de la Ciencia inglés, Francis Bacon. Y, en este mismo momento, deseo ardientemente conocer la historia que desembocó en “ La extraña muerte del pintor Francesco Francia, conocidísimo en su época y el primero de la escuela Lombarda”. No ya como la relató un romántico alemán (Wilhelm Heinrich Wackenroder), de cuya pluma salieron relatos muy destacados; sino,
olvidando en la medida de lo posible, el influjo del poder del arte, y, desentrañando el trasunto histórico en torno a su figura.
Los alemanes piensan de una manera. Los italianos de otra. Y de los franceses, ni hablar. Pero yo no soy ni alemán, ni italiano, ni francés. Tengo una formación muy especial. Y ansío sacar a la luz esta historia trágica, desenterrándola de entre la maleza de las calumnias.

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Se rumoreaba que Francesco era homosexual. No tenía esposa ni hijos. Ocupaba su tiempo tomando bocetos de jóvenes adolescentes, varones en su mayoría. Pensaba que, en la historia de la pintura, era demasiado exuberante el hecho de retratar hermosas mujeres, como hacían todos. Él quería representar otra cosa. Volver a la época dorada de la antigua Grecia, “El siglo de Pericles”; pero enfocando la mirada en los Kuroi, los bellos atletas de los juegos olímpicos. Tenía unos pocos alumnos, también muchachos jóvenes; a quienes educaba en el ejercicio de las artes liberales, manteniendo largas conversacio- nes que rondaban sobre el tema de la filosofía de la pintura. Luego los dejaba en el taller, y se despreocupaba del trabajo que cada alumno hacía en el lienzo. Miraba detenidamente algunos trabajos, pero sugería exiguas correcciones. Se encerraba en sí mismo a la hora de pintar. Pero sus viejos ojos estaban comidos por la fijación intensa de la vista. Y la factura de su obra era muy pobre, a causa de su desgaste físico y mental. El hombre declina cuando es visitado por la vejez.
Un buen día, causa de falsas acusaciones, fue llevado ante un tribunal inquisitorial. Pero no se pudo comprobar fehacientemente su aparente sodomía. Y, después de mandarlo azotar por si acaso, le dejaron ir, y se archivó el caso.

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En su juventud había formado una escuela de vida ascética y dedicada por entero a las bellas artes. Tenía a la vista de todos, la obra de Overbeck: “El triunfo de la Religión sobre las artes”. La Madona sobre un frontispicio, sosteniendo al Niño, y, debajo, dos grupos de artistas calculando las tan famosas perspectivas, que se pretendían resaltar en aquella época convulsionada. La historia del Arte los denominó “Pre- Rafaelistas”, aunque en su aparente humildad, no se auto proclamaban con un nombre en especial. Esas cosas son de las primeras Vanguardias del siglo XX, en donde aparecen primero, los manifiestos, y, más tarde, los teóricos del arte. Era otra época. Y el maestro enseñaba su Doctrina por sobre cualquier mancha de especulación racionalista. El producto de la recaudación de los cuadros que se vendían, iban a parar a las manos de un sacerdote Dominico, como estipendio de las indulgencias conseguidas. Pero con el tiempo se volcó al renacer de las artes y de las ciencias, apostatando de su creencia primigenia; y su quehacer pictórico devino en un estilo más libre, pero conservando la forma. Era mayor la fama que tenía, que el dinero que pudiese manejar, porque decía que: “Es necesario vender barato a una gran cantidad de clientes que aprecien nuestro estilo, que codearse con algún príncipe de la corte y tener un porvenir asegurado”.

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Una hermosa mañana de Boloña, un niño vino corriendo al atelier. Gritaba a voz en cuello: “¡Maestro, maestro, venga a conocer al Divino Rafael!”. Francesco tosió. Dejó el libro miniado, que no estaba leyendo, a un lado, y le cruzó la cara de una bofetada. Obviamente, había oído hablar de Rafael Sancio. Que pintaba como si la mano de Dios le guiara. En ese momento de su vida, tenía muchos burgueses que le habían encomendado retratos. Era por eso que aplazaba su viaje a Roma, para saber qué cosas estaban ocurriendo allí en relación a las artes. El hecho que Rafael viajara a Lombardía le facilitaba las cosas. Tal vez podría conocerlo personalmente. Lo pensó todo un día y toda una noche. Al alborada, decidió buscar entre sus telas, algo potable, como para mostrarle al célebre pintor. Escogió una Madona con el Niño. La enrolló y se la puso bajo el brazo. Y caminó, sin detenerse por nada del mundo, hasta el altar de la corte. Tuvo que atravesar pueblecitos, bosques y ríos. El rigor del frío y el cansancio no parecían afectarle en nada. Tenía sumo cuidado de no estropear su obra debido a las incomodidades de aquél viaje peregrino.
Cuando llegó a destino le reconocieron en seguida. Pero le comunicaron que Rafael ya había dejado la ciudad. Francesco se reclinó sobre su dolor. El Archiduque le tomó del brazo y le dijo: “Maestro, le invitamos a entrar a la capilla de la corte, pues sepa usted que el Divino Rafael ha dejado una pintura suya en el baptisterio”. El viejo pintor se recompuso ante estas palabras: “Queremos conocer una opinión suya, más autorizada que la mía. Yo no entiendo mucho de pintura”, le aseguró el noble.
Francesco Francia se sintió feliz. Pensó: “al menos podré ver el producto de su juvenil mano”. Recobró fuerzas. Hacía ya dos días que no comía ni bebía nada. Lo condujeron hacia el refectorio. Un criado le dio una hogaza de pan y agua fresca. Comió con hambre y bebió con sed, que no son redundancias. Pero seguía oprimiendo contra su pecho la pintura que, ahora con las inclemencias del tiempo y el agitado viaje, se había agrietado por completo. La transpiración había hecho que la parte central se decolorase.




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La luz del sol de la mañana se filtraba por los vitraux de la capilla, y se descomponía en tonos de azul y verde, con algo de rojo. El altar de la corte era descomunalmente grande. El capellán le dijo a Francesco que la pintura estaba cubierta con un velo, hasta la llegada del Cardenal, quien la bendeciría e incensaría, en presencia del Príncipe y sus dignatarios. El viejo se acercó al lugar. El baptisterio estaba iluminado con una gran cantidad de velitas de cera blanca. Le acercaron una antorcha para aumentar la luz, y le descubrieron el velo. Allí estaba. Una Madona con el Niño, radiante como un sol esplendente. Francia se conturbó con esa visión celestial: “Nunca había visto nada igual”. Dio un paso para atrás y se cayó sentado al piso. Le ayudaron a levantarse. “¿Qué dice Maestro? ¿Cuál es su opinión?”, le preguntó el Archiduque. Pero él no respondió nada. Salió corriendo y se recostó en la nieve. Su pobre pintura, al lado de la del divino Rafael, se terminó de arruinar. Hubo consternación por todos lados.

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Francesco caminaba sin rumbo fijo. Pasó por un lugar donde había fuego para calentarse. Era la hoguera que estaba quemando viva a una mujer acusada de brujería. Pero no se dio cuenta. Arrojó la pintura a las llamas. Volvió a su casa extenuado de cansancio. Tenía fiebre, una fiebre propia del ardor de contemplar la más maravillosa opera prima. Sus alumnos le condujeron hasta su cama. No quería hablar. No quería comer nada. Se abandonó en sí mismo. Así estuvo durante una semana, hasta que finalmente, murió. Lo sepultaron en la fosa común.








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Luego de la muerte del famoso pintor Francesco Francia, se cerró el taller, y sus obras fueron vendidas por monedas, para cubrir las deudas impagas. Los alumnos se fueron con otros maestros, que les enseñaron las técnicas de la perspectiva. Rafael siguió pintando y siendo aclamado por todas partes de Italia y otros países de Europa. Se enteró de la muerte del viejo pintor, pero no de los acontecimien- tos que devinieron en su oscuro tránsito a la morada de los muertos. Y dijo a todos que: “Seguramente el Maestro estará contemplando a la Madona cara a cara, y ya no necesitará de pinturas ni de imágenes imaginadas”.
Ahora conozco la historia cruel. El maestro ha sido fiel. Fiel a sus principios y a la enseñanza que pretendió divulgar entre los suyos. La historia celebra al Divino Rafael. Pero considero que un solo artista no hace historia. Y la historia de Francesco Francia merece la consideración que en su momento no se le dio, no se le otorgó. Tal vez porque en el fondo, el Maestri se traicionó a sí mismo en su fuero interno.


Dado en Florida Este, el 30 de junio de 2009.
Fiesta de los Primeros Mártires de la Iglesia de Roma.
El modelo vivo

Por Ariel von Kleist


a)
“Serafín, el más irrepetible de los mozos del bar bohemio, necesitó veinte años de argumentos para convencer a todos de que” su relación con el pintor era sólo profesional. El artista tiene una especial inclinación a contemplar la belleza de las personas. Y no hace diferencia de sexos. Además, se sentía hastiado de representar en sus telas la belleza femenina. Muchos lo han logrado con éxito. Pero él, Francesco, fue visitado por un “Muso”, que le reveló el encanto juvenil de Serafín. Se le acercó sin temor y sin vueltas. Lo invitó a tomar una copa de vino blanco seco. Entonces le propuso que sea su modelo.
Serafín necesitó más de veinte minutos de argumentos para tratar de convencer al maestro de que él no era el más irrepetible de los mozos del bar bohemio. Había otros muchachos. Pero el hombre, ya entrado en años, lo escuchó con paciencia. Luego levantó la mano y lo hizo callar. Le explicó con brevedad y concisión, que con el tiempo, Serafín podría modelar como un modelo profesional. Le recalcó que tenía que vencer sus prejuicios y le propuso que comenzara modelando vestido.


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b)
El tiempo hizo lo suyo, y la carrera de Francesco fue muy ascendente. Recibió muchos encargos que le permitieron dar una buena paga a Serafín por los servicios prestados. Cuando terminaban la sesión en el atelier, iban a comer al club, cada vez más tarde.
Como las cosas se suceden en forma concatenada, surgió un interés de parte de los socios vitalicios del club bohemio, para que el maestro exponga algunos de sus trabajos. Francesco se tomó unos días. Tuvo que seleccionar las obras solo, porque en este caso, no había intervención de ningún curador. No dudó en presentar los mejores desnudos de Serafín, pero no le dijo nada.
En la inauguración las opiniones fueron muy repartidas. Y Serafín estaba muy serio, casi diría que se puso pálido. Se retiró antes del brindis, acosado por las preguntas tontas de si él era efectivamente el modelo.


c)
No dejó de frecuentar el club. Esos veinte minutos de argumentos inocentes se transformaron en veinte años de vergüenza. Luego de tantos años, su belleza se marchitó, como es natural. Ya no importaba el maestro que lo había inmortalizado. Había muerto hace mucho. Importaba clamar por una verdad, que nunca fue creída.

Dado en Florida Este, el jueves 13 de agosto de 2009.


Dedicado a mis profesores, Héctor Leni, de quien aprendí la filosofía del arte; y
Germán Caporale, de quien aprendí técnica y rigor crítico.